Son palabras

Interpretextos/ volumen 2, número 4

Septiembre 2025-febrero de 2026 / pp. 9-24

ISSN-L: 3061-7227

Investigación

El Hijo Pródigo
(1943-1946), epicentro de redes intelectuales

Dayna Díaz Uribe. ORCID:0000-0001-9854-5081
Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México

Recepción: abril 10 de 2025

Aceptación: mayo 30 de 2025

Resumen

El presente artículo reflexiona sobre el concepto de redes intelectuales aplicado a las revistas literarias, en especial a El Hijo Pródigo; publicación edificada por Octavio G. Barreda que surge en 1943 como respuesta al separatismo entre escritores provocado por la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, es una cartografía que permite develar los nombres de algunos de los escritores nacionales y extranjeros que se reunieron en sus páginas con la finalidad de resguardar los valores primigenios de la literatura y el arte frente a la amenaza de coartar la libertad de expresión.

Palabras claves

Revistas literarias mexicanas, El Hijo Pródigo, siglo XX, redes intelectuales, generaciones de escritores.

The Prodigal Son
(1943-1946), epicenter of intellectual networks

Abstract

This article reflects on the concept of intellectual networks applied to literary magazines, especially to El Hijo Pródigo; publication published by Octavio G. Barreda that emerged in 1943 as a response to the separatism between writers caused by the Second World War. Likewise, it is a cartography that allows us to reveal the names of some of the national and foreign writers who gathered in its pages with the purpose of protecting the primordial values of literature and art against the threat of restricting freedom of expression.

Keywords

Mexican literary magazines, El Hijo Pródigo, 20th century, intellectual networks, generations of writers.

Una de las características inmanentes de las revistas literarias o culturales es que han servido para aglutinar, en la mayoría de las ocasiones, generaciones o grupos de autoras y autores, o reunir en sus páginas colaboradores de diferentes edades o nacionalidades, que comparten ideas en común. En palabras de Carmen Toscano (1963):

las revistas literarias [son] un archipiélago, [donde] cada una de ellas es como una isla desde donde un grupo se dirige a los demás, a veces con intenciones sólo de que le escuchen, y otras de reformar al mundo. Desde estas islas se atisba la llegada de barcos cargados con ideas de todas partes, y [de vez en cuando entre ellas se podía dar el] negocio de importación y exportación. [En ocasiones] [solía] haber [desencuentros] entre las islas […] [Entre éstas] [había] otras que asoman pequeñas y tímidas. (pp. 93-94).

Estos islotes, analogía de las revistas, no siempre convivieron de manera positiva, en momentos, como es natural, se antepusieron unas con las otras. Pero al final, estas aveniencias o divergencias son clave para trazar las coordenadas de las redes intelectuales que se han generado a lo largo de la historia de la literatura mexicana. En México, son innumerables las publicaciones periódicas, pero una de las más destacadas, no solamente de nuestro país sino a nivel mundial, fue la revista El Hijo Pródigo.

El panorama cultural de los años cuarenta, tanto en México como en los demás países, era un tanto desalentador. Internacionalmente había comenzado la Segunda Guerra Mundial, lo que provocó en los afectados y los espectadores un sentimiendo de angustia, tristeza y desolación. En nuestro país fueron varios los acontecimientos que marcaron el principio de esa década: llevaba poco de terminada la polémica entre el nacionalismo y el cosmopolitismo, surgida a raíz del término de la Revolución Mexicana, los exiliados españoles estaban recientemente desembarcados y apenas se iban incorporando al ambiente cultural y se habían dejado de editar revistas importantes como Contemporáneos, Taller o Tierra Nueva, y las que entonces existían eran un tanto excluyentes en cuanto al tipo de colaboradores, como Cuadernos Americanos, o restringidas de espacio como Letras de México.

A consecuencia de ese ambiente empezaron a surgir inconformidades en aquéllos que se sintieron marginados de los proyectos culturales y editoriales. Por eso, en 1943, Samuel Ramos, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz, tuvieron la inquietud y la inciativa de conformar una nueva publicación. Se reunieron en una mesa del famoso Café París, lugar que “constituía un ateneo donde cruzaban todas las ideas y todos los acontecimientos” (Martínez en Flores 1987, XV), para plantearle a Octavio G. Barreda, en ese entonces director de Letras de México, fundar una revista que no tuviera restricciones de espacio ni que se dedicara a promover a un cenáculo, una capilla o un grupo, sino que fuera una publicación que unificara en vez de dividir o relegar. Según el autor de Sonetos a la Virgen (1963):

[Cuando] iba[n] en el número 72 de Letras de México, [de] febrero de 1942, apareció Cuadernos Americanos [...] [y en las] tertulias comenzó […] a despertarse y manifestarse cierto […] resentimiento entre aquellos que no habían sido aún invitados a colaborar, [y que], se sentían inconformes por no tener a su disposición un órgano publicitario de mejor calidad o más formal que Letras de México.[Así que] Octavio Paz [le], pidió, con la vehemencia que l[o] caracterizó, […] hacer una revista de categoría […] (pp. 231-232).

En esa época, Octavio G. Barreda tenía muchas responsabilidades y trabajo, por lo que la idea le pareció un tanto disparatada, pero “la instancia y la promesa de una ayuda intensa y [su] impulso quijotesco por comprar pleitos ajenos, [le] hicieron aceptar la proposición” (Barreda, 1963, p. 232). Así fue como el “animador de nuestras letras” (Carballo, 2003, p. 183), como lo bautizó Emmanuel Carballo, quien se caracterizó por no participar en “rencillas o divergencias tanto políticas como literarias” (Barreda, 1963, p. 224), a su regreso a México, después de ser diplomático en el exterior, fue el encargado de fundar y dirigir El Hijo Pródigo al mismo tiempo que lideraba Letras de México. El estar fuera del terruño le permitió idealizar su patria y asociar sus expresiones culturales con las de otras partes del mundo (Rubín, 1964, p. 13). Gracias a su buen gusto y a su conocimiento de revistas nacionales y extranjeras, era la persona óptima para también planear el diseño interno y externo de El Hijo Pródigo que “fueron de [su] gusto y creación, inspirándome en algo de dos o tres revistas europeas” (Barreda, 1963, p. 232). Su atractivo físico, en donde corrieron al parejo la belleza interna y externa, la convirtió en “una de las publicaciones de esta índole más hermosas y valiosas con que han contado las letras mexicanas” (Martínez, 1990, p. 342). Barreda, al ser uno de los grandes promotores de las letras mexicanas, supo mantener en las dos publicaciones que comandaba, “la expresión justa, comprensiva y animada de la literatura de entonces” (Martínez, 1961, p.133), en donde con generosidad les dio la oportunidad a los escritores emergentes de publicar al lado de los consagrados. En ese sentido, su intención de unificar lo mejor de las letras y las artes, se vio proyectado, primero, en 1937, cuando edificó la Gaceta Literaria y Artística, mientras en México “los jóvenes andaban dispersos, después de una serie de crisis literarias y políticas” (Abreu Gómez, 1946, p. 47), provocadas, como lo mencioné, por el nacionalismo y el cosmopolitismo, y después con El Hijo Pródigo. El carácter de Barreda, que apostó por ser líder en un país donde abundaban los caudillos culturales, logró vincular la extensa y variada nómina de colaboradores de la revista, generando redes intelectuales no solamente nacionales sino internacionales, con el único afán de promover la literatura en tiempos difíciles donde gobernaban los desacuerdos y los resentimientos.

Las intenciones de su fundador de convocar “personas, [(ex)colaboradores de otras] revistas, reuniones y asociaciones, [en las que] hubo un pensamiento, o al menos ciertos conceptos básicos, dadores de sentido” (Devés-Valdés, 2012, p. 37), es una de las cosas que facilitaron la formación de vasos comunicantes. El propósito se hace presente desde el título de El Hijo Pródigo, el cual tiene más de una interpretación, pero que se resumen principalmente en tres significados: el territorial, el bíblico y el motivo del viaje relacionado con la tradición y con la obra de André Gide.1 Por la temática de este trabajo, me enfocaré en la relación que guarda con lo espacial y con parábola biblíca, porque son el pretexto que justifica que la revista se haya concentrado en desdibujar las limitaciones y en tener una relevante lista de integrantes.

La denominación de El Hijo Pródigo era la que, según Octavio G. Barreda (1963), más se apegaba a la idea que él perseguía porque, a diferencia de otras revistas previas o contemporáneas, el título no evocaba a una limitante ni espacial ni geográfica ya que, “los valores de la inteligencia y de la cultura no podían encerrarse en un determinado espacio” (p. 233). Algunas publicaciones que la antecedieron o se editaron paralelamente, desde su título, ya demostraban sus restricciones como -por sólo mencionar unos ejemplos- Cuadernos Américanos, España peregrina, Hora de España, De mar a mar o Sur. En respuesta a esos ánimos separatistas, el El Hijo Pródigo, desde su nombre “proclama su espíritu contradictorio y desobediente, así como su voluntad de conservar abierta la puerta al mundo, libre de prejuicios regionales” (Sheridan, 2004, p. 417). En ese sentido, el vocativo también se asocia con la parábola del Evangelio —según San Lucas— en la que el más pequeño de dos hermanos rechaza los valores de la casa paterna, pide ser heredado, se va y malgasta su dinero en un lugar lejano, después regresa y es recibido por su padre con una fiesta, ya que, su hijo menor: “había muerto, y ha vuelto a la vida; se había perdido, y ha sido hallado” (Biblia de Jerusalén 1998, p.1521). La explicación se vincula con que la revista surge el 15 de abril de 1943, dos años antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, hecho que dejó un sentimiento de desolación a causa de la deshumanización tanto entre los participantes como en los espectadores del conflicto bélico. Como consecuencia del próximo final de este fatídico acontecimiento, había gran expectación y ánimos de reformar y reconstruir no sólo los países que fueron parte del combate, sino en el mundo en general. Aunque México no participó del todo, resintió como otros países, y El Hijo Pródigo formó parte de la inquietud de un grupo de escritores y artistas de sumarse al proyecto de renovación en esos momentos de hostilidad.

En ese escenario de antipatía y enemistad, Octavio G. Barreda vio oportuno bautizar a la revista con el nombre del relato bíblico porque le dio, además de un carácter ecuménico, por no aludir a una coordenada, una atmósfera filantrópica. En la revista, por un lado, la casa paterna de la alegoría refiere, en tiempos de guerra, a lo humano y a la realidad porque en esos momentos era necesario no evadirla sino enfrentarla con hermandad; por el otro, el hijo pródigo fueron cada uno colaboradores de la revista que volvieron a la morada familiar. Por eso es que, en la publicación, el regreso del hijo pródigo “ha de entenderse como un retorno a nosotros mismos, más allá del tiempo nublado de la ciudad, de políticas e ideologías, como un religarnos nuevamente con aquellas humanidades perdidas en los laberintos de la historia social o personal” (Castañón, 2003, p. 206). El éxodo de El Hijo Pródigo, durante la Segunda Guerra Mundial, fue la búsqueda de una literatura humana alejada de lo panfletario, únicamente comprometida con la convicción de proteger el arte “ante peligros tales, ante propagandas tales, que quieren limitar lo que debe ser por naturaleza ilimitado” (“Imaginación y Realidad” a, 1943, p. 7). De ese tono biblíco surge la idea de, en la portada, de cada una de sus 42 entregas, poner como margen, tres fragmentos del Antiguo Testamento:

“Generación va, y generación viene: mas la tierra permanece”, (Eclesiastés. 1.4). “El hombre nacido de mujer, corto de días, y harto de sinsabores: que sale como una flor y es cortado; y huye como la sombra, y no permanece”, (Job. 14.1 y 2). Y “será como el árbol plantado junto a arroyos de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae: y todo lo que hace prosperará”, (Salmo 1. 3).

Los pasajes se refieren a lo planteado por Barreda cuando explicó que el objetivo de El Hijo Pródigo fue volver, a pesar de las divergencias, a lo determinante que era en esos momentos abogar por la libertad del arte y las letras. Igualmente, éstos aluden al transcurrir del tiempo, pero sobre todo, de las generaciones, de las redes, los vínculo intelectuales y los vasos comunicantes, que siempre son cambiantes y no permanecen, a diferencia de literatura. Para Alfredo Villanueva Buenrostro (1965), poner estos tres fragmentos simbolizaron “la variada corriente de escritores que por la revista transitaría; señalar el constante flujo y reflujo del pensamiento humano y dejar sentado que la idea era dar un testimonio escrito, del paso de los escritores por la publicación” (p. 4). Los pasajes extraídos de la Biblia, “remiten, respectivamente, a los individuos y a las obras [...]” (Sheridan, 2004, p. 419). El nombre y las frases refieren a que en la nómina de colaboradores se congregarían a todos aquéllos que serían los hijos pródigos, que volvieran a la morada, como metáfora de los valores primigenios de la creación artística.

De México, se sumaron algunos integrantes de generaciones y grupos previos y contemporáneos, algunos de los exiliados y diversos escritores de las más lejanas latitudes. Por eso se ha considerado que El Hijo Pródigo fue una publicación donde se juntó lo más selecto de las letras nacionales e internacionales. Cuantitativamente, las redes intelectuales conformadas en esta revista son de las más considerables, ya que “se incluyeron trabajos de 232 autores, […] 87 de mexicanos, 46 de españoles, 24 de franceses, 20 de latinoamericanos, 13 de norteamericanos, 13 de ingleses, 11 de alemanes y 18 de diversas nacionalidades” (Barreda, 1963, p. 236). El Hijo Pródigo reunió, además de algunos ingrantes del tan respetado Ateneo de la Juventud, “poetas de la generación Contemporáneos (cosmopolitas y maestros en el arte de la metáfora); del grupo Taller (para quienes la poesía era “una experiencia capaz de transformar al hombre… y la sociedad”); y del grupo Tierra Nueva (estetizantes y “abstraccionistas”)” (Caudet,1979, p. 24). En un cómputo más detallado, de esos 232 autores, según Octavio G. Barreda (1963):

Villaurrutia está a la cabeza con 42. Le siguen luego: Chumacero, con 30; Sánchez Barbudo, con igual número; Ermilo Abreu Gómez, con 27; Rivas Sainz, con 20; Octavio Paz, con 16; Solana, con 13; Barreda con 12; José Luis Martínez, con 12, también; García Bacca y Antonio Castro Leal, con 11 cada uno; Francisco Monterde y Gilberto Owen con 10 ambos, al igual que don Enrique Díez-Canedo; Zea, con 8; Alfonso Reyes y Ortiz de Montellano, con 7 cada uno; y así decrecientemente hasta llegar al que colaboró una sola nota en el número del entierro, el joven Emilio Uranga. (p. 237).

En ese sentido, a lo largo de sus números -donde predominó- en este orden, la poesía, el ensayo, la narrativa, el teatro, la crítica de arte, las traducciones y las reseñas bibliográficas, se nos permite conocer las diferentes modas y modos de la época. Debido a eso, en palabras de Francico Caudet (1979), El Hijo Pródigo “puede servir de muestra de las principales corrientes y autores mexicanos desde el Modernismo hasta el primer lustro de los años 40” (p. 24). Muchas de sus colaboraciones también ilustran las relaciones con otros colectivos, sobre todo, en el caso de las traducciones y las recensiones. Las primeras, por sí mismas son muestra del interés de la revista por ser cosmopolita y dar al lector no solamente lo que se escribía en México, sino en otros lados del mundo, por mencionar sólo unos ejemplos, se editaron textos de John Donne, T. S. Eliot, I. A. Richards, Walter Pach, Rolland De Reneville, Benjamin Peret, Victor Serge, Remy De Gourmont, Anton Chéjov, R. H. Lenormand, Georges Duhamel, Jean Girodoux, Luigi Pirandello. En cuanto a las segundas, en ninguno de sus números se dejó de dar noticia de los libros que recibía la Redacción, ya que para esos años:

La publicación […] e[ra], considerablemente, mayor. Y tanto los autores mexicanos como los numerosos escritores extranjeros residentes en México, t[enían], como nunca antes, oportunidades de hacer patente, en el libro, su talento o su falta de talento. El número de librerías se multiplica[ron]. (“Imaginación y Realidad”, c 1943, p. 9).

En el editorial de la revista llamado “Imaginación y Realidad”, se dio cuenta de esta inquietud, que fue combatida con publicar por lo menos 4 reseñas bibliográficas en cada número. En palabras de Francisco Caudet (1979), estos ejercicios de escritura “en El Hijo Pródigo [...] pueden servir para espigar la producción y curiosidad literaria de aquellos años” (p. 41), tanto de escritores nacionales como internacionales, lo que es un termómetro que nos deja medir los ánimos generales de la creación literaria. Dicho de otra forma, tanto las traducciones como las reseñas, son una cartografía que expone el concierto universal de la literatura.

El variopinto del inventario de sus participantes, es lo que hace de la revista uno de los mejores ejemplos de redes intelectuales. Hablar de ese tema:

Implica dar valor al carácter relacional y eso cambia toda la perspectiva y hace que se piense en actores que antes incluso pasaban desapercibidos, como los citados. A quiénes se cita de manera textual, a quiénes de manera indirecta, son éstos contemporáneos a los autores que los citan o son antecedentes, cuál es su función en el texto (para qué se acude a ellos), qué se dice de ellos, entre otras preguntas. (González et al. 2019, p. 245).

Del origen y el desarrollo de la revista podríamos elaborar un árbol genealógico en donde se tienden, se extienden y se cruzan al parejo generaciones y nacionalidades, sin distinción entre los nombres más ilustres hasta los más ignorados. En sus raíces están los autores de los que emana la tradición literaria inmediata. El tronco, lo conforman aquéllos que son parte del linaje, las ramas equivalen a los descendientes y las hojas, los productos que se generan en conjunto. Indudablemente, El Hijo Pródigo es uno de los pináculos editoriales universales del siglo XX, que no pudo haber existido en otras circunstancias, porque las revistas son, a su vez, paridas por su contexto y parteras de historia (Coser, 1977, p. 141).

En el primer cuerpo de redacción estaban Octavio G. Barreda como editor; Octavio Paz, Antonio Sánchez Barbudo, Alí Chumacero, Xavier Villaurrutia y Celestino Gorostiza como redactores, e Isaac Rojas Rosillo como administrador. Un directorio heterogéneo en el que vemos representantes de las generaciones más destacadas del país y uno del exiliado español, pero aún así, no se percibe la presencia predominante de una asociación en especial; al contrario, es una nómina que demuestra que la publicación fue diversa y que estaba enfocada en perseguir un interés común, en medio de uno de los momentos más álgidos de la humanidad: defender a la literatura y el arte de lo panfletario. En particular, esta lista de autores engloban el espíritu de El Hijo Pródigo. El liderazgo de Octavio G. Barreda, que escribió poco, pero bien, tenía la cualidad y la generosidad de juntar a los jóvenes con los mayores y a los extranjeros con los nacionales, lo que fue clave para que la revista fuera de prestigio universal. Xavier Villaurrutia y Celestino Gorostiza como representantes de los Contemporáneos; Octavio Paz, de la géneración Taller; Alí Chumacero, de Tierra Nueva; Rojas Rosillo, ejemplar de los autores que escribieron en muchos medios, pero que son lamentablemente poco reconocidos y Antonio Sánchez Barbudo encabezando a los exiliados españoles. La integración de estos últimos se debió en gran parte a la intervención de Octavio Paz que, en 1937, en España, conoció a Sánchez Barbudo, mientras éste era secretario de redacción de Hora de España, y recoincidieron en México en 1939 a raíz de la Guerra Civil Española. En ese año, algunos de los republicanos españoles desterrados fueron cobijados por el Nobel y los invitó a participar en Taller, así se sumaron Juan Gil-Albert, Ramón Gaya, Antonio Sánchez Barbudo, Lorenzo Varela y José Herrera Petere. A partir de ese momento, el intercambio y la aceptación de los escritores españoles se comenzó a dar en otros ámbitos culturales, proyectos editoriales y también en la vida social. Cada una de estas generaciones y autores:

que se reunía en el Café París incluía a otros […] que no tardaron en agregarse al proyecto: [de] los Contemporáneos Owen, Torres Bodet, Pellicer y Cuesta, junto a Paz, venían Huerta y José Revueltas, además de [otros de] los primeros miembros de Hora de España […] Gil Albert, Herrera Petere y Juan Rejano. Bergamín y Prados se asomaban a veces, lo mismo que Juan David García-Bacca y Gallegos Rocafull. Alfonso Reyes cumplía, como siempre, sus funciones de penate de la hemeroteca mexicana; el guatemalteco Cardoza y Aragón y el peruano César Moro también recalan. Serge y Malaquais participarían también, para que no quedase duda sobre la voluntad plural de la revista [...]. (Sheridan, 2004, pp. 416-417)

Este famoso Café París, que se ubicaba en la Calle 5 de Mayo, del entonces Distrito Federal, fue el centro donde se juntó lo más diverso del medio cultural. Por eso es que fue un terreno fértil e idóneo para que ahí naciera El Hijo Pródigo, “verdadero vehículo de opinión. No la accidental o circunstancial de un variado grupo de escritores... sino la extensa, divergente, y hasta contradictoria de un amplio grupo de individuos” (“Imaginación y Realidad”, c, 1943, p. 336). Al respecto, es importante también concebir para estudios presentes y posteriores a las revistas como:

el germen de comunidades […] en el sentido amplio: redes intelectuales, editores y empresarios culturales, autores, lectores/críticos y comités editoriales. Las revistas constituyen una fuente para la historia intelectual, toda vez que, en la mayoría de ellas, […], se encuentra información sobre lo que diferentes grupos intelectuales, académicos y científicos dicen y piensan sobre distintos temas especialmente relacionados con la dinámica de la sociedad, el Estado, las instituciones, las ideologías, e igualmente sobre el desarrollo de la cultura y la ciencia. (Granados, 2012, p. 10)

Desde este punto de vista, el maremágnum de personalidades que participaron en El Hijo Pródigo, permite realizar tanto un mapeo creativo como un muestreo del gusto literario de la primera parte de la década de los años cuarenta no solamente de México, sino de varios países del mundo que estaban en la misma sintonía y con ideas similares respecto a ese panorama tan delicado. Si analizamos las publicaciones periódicas rigiéndonos por el concepto de redes, palabra que tiene tantas acepciones como usos, entenderemos que el conocimiento de estas relaciones no sólo sumará a la historia de nuestras letras, sino también la historia intelectual, sus idearios, sus relaciones y sus reacciones ante los fenómenos socioculturales de su entorno. No por nada, el sentido de red nos remite a lo que está “hecho con hilos, cuerdas o alambres trabados en forma de mallas, y convenientemente dispuesto para pescar, cazar, cercar, sujetar” (RAE) o al “conjunto de elementos organizados para determinado fin” (RAE). El Hijo Pródigo fue una publicación que captó, unió, juntó y contuvo a todos sus miembros que tuvieron la postura de “los pies en el aire, la cabeza en la tierra” (“Imaginación y Realidad”, a, 1943, p. 8) y “una intensa vida en el mundo imaginativo y un ojo y oído más finos para lo real de la vida cotidiana” (“Imaginación y Realidad”, a, 1943, p. 8). Históricamente, algunas redes intelectuales se dieron en el periodo de entreguerras, durante esos momentos, aunque “se conectan poco y acaso de manera coyuntural”, los trabajos que las analizan “sirve[n] para entender mejor la circulación de las ideas, para [comprender] la existencia de una conciencia periférica, aunque menos para entender la constitución de un movimiento global de las intelectualidades periféricas” (Devés-Valdés, 2012, p. 38).

Sin lugar a dudas, las revistas literarias son el resultado de la relación de un grupo de autores con un tiempo y espacio determinado. Éstas son “bancos de ideas, [...] semillero de polémicas y [...] retratos de época” (Sarlo en Granados, 2012, p.15) o bien, “la respiración diaria” (Alemán-Bolaños en Boyd G. Carter, 1959, p. 70) que permite sentir el pulso y la temperatura del contexto en el que se enmarcan. Una publicación periódica no es una isla o un islote, como mencionó Carmen Toscano, separada de lo que sucede a su alrededor, por el contrario, es un espacio de confluencias, de intercambios. Las revistas literarias y los grupos que las integran están relacionadas con la sociedad que las determinan. Los acontecimientos históricos definen no sólo su proceso de gestación sino que también delimita a los individuos o grupos que las conforman. Para Rafael Osuna (1986),

la historia de nuestras revistas es la historia de nuestra sociedad, y sin esta historia no se explicarían ni la formación de los grupos que la hacen, ni las reagrupaciones que efectúan los individuos que los componen ni la ruptura que como grupos sufren (p. 15).

A pesar de que El Hijo Pródigo fue el reflejo del México de los años cuarenta, es importante considerar que la congregación de los integrantes que la edificaron y algunas de sus influencias se manifiestan a partir de la primera década del siglo XX. De ahí, año con año se fue forjando lo que en un futuro sería una de las publicaciones más emblemáticas de la historia de la literatura. Su final llegó un año después de terminada la Segunda Guerra Mundial, el 15 de septiembre de 1946. No obstante, para Manuel Durán, éstas nunca mueren, sino que “cada revista es un posible modelo para otra revista que aparece más tarde; todas las revistas se copian, se imitan, se continúan, forman parte de una sola y universal Revista que se perpetua por reencarnación constante” (1973, p. 11). En ese sentido, El Hijo Pródigo es la resurrección de sus antecesoras y en sus sucesoras se manifestarán algunas reminiscencias de la edificada por Octavio G. Barreda en 1943, década en la que

las redes intelectuales se marcaron muy claramente con un contenido político y más que político, muchas veces planético por su intención de tener una voz en el mundo, más que el interior del Estado-nación. Esta marca política estuvo muy asociada a la herencia de la Revolución mexicana y la soviética y a los movimientos antifascistas (Devés-Valdés, 2012, p. 38).

En las páginas de la revista podemos encontrar registro de cómo estos acontecimientos fueron clave para que ese espacio fuera un epicentro que reuniría a las mejores y más destacadas plumas.

Las revistas, como objeto de estudio, además de ser depositarias de los hilos que permiten tejer la trayectoria de las letras nacionales e internacionales, son piezas fundamentales que revelan, en cierta medida, parte de la historia de un país, por eso su tiempo es el presente, pues estas “no se planean para alcanzar el tiempo futuro [...] sino para la escucha contemporánea” (Sarlo en Granados, 2012, p. 9). Este tipo de publicaciones dejan medir el temperamento de un momento determinado, permiten visualizar el juicio crítico que elaboran sus integrantes del futuro desde su presente. O sea, éstas son el resultado de un momento histórico y dan cuenta del contexto cultural de una época; si no se hablara de ellas estaría incompleta cualquier historia de la literatura porque, para G. Carter (1959), “han cumplido y siguen cumpliendo una función de destacada importancia en el desarrollo de la vida cultural de los países civilizados” (p.13). La salida de una publicación siempre es respuesta o consecuencia de una serie de hechos históricos que provocaron una reacción que se tranformó en una iniciativa editorial, por lo que cada una de ellas “a manera de un caleidoscopio, permiten una mirada analítica a diferentes aspectos de la historia intelectual” (Granados, 2012, p. 9).

Las características, inclinaciones estéticas y el discurso de cada una se asocia de manera directa con las circunstancias de su aparición, pues éstas claman las inquietudes literarias de su hoy. Por eso, “desde la perspectiva de la historia, puede leerse la vida de las revistas en sus conexiones, a veces muy evidentes, con los acontecimientos políticos [...]” (Sarlo en Granados, 2012, p. 14). El Hijo Pródigo fue, según Adolfo Castañón (2003): “el Arca de Barreda de la Unidad Nacional donde la fauna de los imaginarios es rescatada y puesta a salvo, suspendida en el limbo inmóvil... de la imaginación liberal” (p. 15).

Es necesario, por no decir urgente, que la historia de la literatura se reescriba, pero en esta ocasión a partir de las redes intelectules. Lo que nos asegura que no se estudien como simples islas, sino como un conjunto que se relaciona, se complementa y se antepone. Es decir, como estudiosos de la literatura, examinar y “concebir a las revistas como una importante entrada para el estudio de la historia intelectual [que] nos permit[a] reflexionar sobre los lazos de cultura, las redes y las comunidades académicas que las revistas generan, congregan, canalizan y revitalizan” (Granados, 2012, p.10).

Referencias

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Toscano, C. (1963). “Rueca”. En Las revistas literarias de México (segunda serie). A Acevedo Escobedo (Ed.). 93-112. INBA.

Villanueva Buenrostro, A. (1965). “Índices de El Hijo Pródigo (Revista Literaria)”. [Tesis de Maestría. Universidad Nacional Autónoma de México].

Dayna Díaz Uribe

Correo electrónico: daynadiazu@filos.unam.mx

Mexicana.  Es licenciada en letras por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, maestra en literatura hispanoamericana por El Colegio de San Luis y doctora en literatura hispánica por la misma institución. Realizó una estancia de investigación en la Universidad de Texas en Austin y otra en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí. Tiene un posdoctorado en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, donde actualmente labora y es profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma institución. Su investigación se centra en las revistas literarias, literatura mexicana y cubana del siglo XX, el género epistolar, rescate y edición crítica. Es autora de Itinerario intelectual de Antonio Acevedo Escobedo (UNAM, 2020), De adentro hacia afuera: El mundo alucinante de Reinaldo Arenas (COLSAN, 2024) y de algunos ensayos en libros colectivos. Asimismo, ha publicado artículos en revistas nacionales y extranjeras y ha participado en diversos congresos nacionales e internacionales. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel I. Es fundadora de Eureka: Seminario Permanente de Investigación y Restitución de Autoras y Autores Mexicanos del Siglo XX.

  1. 1 Para más información sobre el nombre de la publicación véase Dayna Díaz Uribe. (2020). “Algunas consideraciones sobre la revista El Hijo Pródigo (1943-1946)”. En La palabra y los días II. Estudios sobre prensa y literatura hispanoamericanas, 223-251. México: Estanquillo/Universidad de Guanajuato.

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