Interpretextos/ volumen 2, número 4
Septiembre 2025-febrero de 2026 / pp. 25-50
ISSN-L: 3061-7227
Investigación
Familia, masculinidad y violencia en Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor
Edgar A. Guadarrama Rueda ORCID: 0000-0002-0848-2505
Universidad Intercultural del Estado de México (UIEM), México
Recepción: marzo 20 de 2025
Aceptación: junio 2 de 2025
Resumen
Fernanda Melchor en su novela Temporada de huracanes (2018), realizó una radiografía de la violencia que azota al pueblo de la Matosa, lugar que desde su ficción logra retratar la cruda realidad que viven diversas localidades mexicanas. En este trabajo se realiza un análisis que aborda los roles y estereotipos de género de los personajes, para señalar que los orígenes de estas violencias están sutilmente instaurados en las enseñanzas tradicionales de género que, inconscientemente normalizan conductas y comportamientos jerárquicos basados en el sistema patriarcal. De esta manera, se muestra cómo las familias juegan un papel protagónico para que los integrantes varones adquieran una posición jerárquica en el seno familiar, a partir de ser identificados y definidos por las características dictadas por la masculinidad hegemónica, siendo este tipo de masculinidad desde la que establecen sus convivencias cotidianas, lo que provoca la gestación de relaciones de poder, desigualdad y violencia de género que -a nivel microsocial- se esconden en la normalización de los comportamientos heteronormados, pero que como efecto de bola de nieve, terminan por visibilizarse sólo cuando aparecen en las irremediables notas rojas y en las dolorosas estadísticas que día a día se registran en el espectro macrosocial de la nación.
Palabras clave
Temporada de huracanes, Fernanda Melchor, violencia de género, familia, masculinidad hegemónica.
Family, masculinity and violence in Fernanda Melchor’s Temporada de huracanes.
Abstract
Fernanda Melchor, in her novel Hurricane Season (2018), conducted an examination of the violence that plagues the town of La Matosa, a place that, through her fiction, manages to portray the harsh reality faced by various Mexican communities. In this work, an analysis is conducted that addresses the gender roles and stereotypes of the characters, to point out that the origins of these violences are subtly instilled in traditional gender teachings that unconsciously normalize hierarchical behaviors and actions based on the patriarchal system. In this way, it is shown how families play a leading role in enabling male members to acquire a hierarchical position within the family, based on being identified and defined by the characteristics dictated by hegemonic masculinity. This type of masculinity is from which they establish their daily interactions, leading to the emergence of power relations, inequality, and gender violence that at the microsocial level are hidden in the normalization of heteronormative behaviors, but which, as a snowball effect, end up becoming visible only when they appear in the inevitable red notes and the painful statistics that are recorded daily in the macrosocial spectrum of the nation.
Keywords
Hurricane season, Fernanda Melchor, gender violence, family, hegemonic masculinity.
Introducción
La literatura latinoamericana contemporánea ha sido un poderoso medio de expresión para denunciar el estado de violencia, machismo y fragmentación familiar que viven diversos países de la región, originado principalmente por las dinámicas familiares que -sin saberlo- nutren la desigualdad social a través de enseñanzas basadas en las normas sociales del sistema heteropatriarcal. En este sentido, Temporada de huracanes (2018), novela escrita por la autora mexicana Fernanda Melchor, se ha posicionado como una crítica mordaz a la violencia que vive el país, denunciando desigualdades de género y la construcción de masculinidades hegemónicas desde las dinámicas familiares tradicionales.
El objetivo de este escrito es profundizar en el análisis de esta novela para desvelar cómo la violencia que actualmente vive México, tiene sus orígenes en los contextos familiares fundamentados en el machismo, las figuras de poder y la violencia doméstica, lo que provoca que estas violencias se maximicen al combinarse con un territorio dominado por la carencia, la pobreza, el consumo de drogas y la cultura del narco. En otras palabras, aquella violencia generalizada y tangible a través de los medios de comunicación, es invisible y sutil en sus orígenes debido a su normalización en el seno familiar.
Hay que hacer una importante acotación para explicar que lo anterior no quiere decir que las familias sean las responsables del clima violento del país, ya que es justamente en esta primera célula de significación sociocultural donde se aprenden los valores morales determinantes para la convivencia social. Sin embargo, esto no implica que sea susceptible de cuestionamientos, siendo necesaria la autocrítica hacia las formas tradicionales familiares para diferenciar los valores universales de aquellos elementos heteronormativos que reproducen desigualdades, discriminaciones y violencias de género.
Es por estas razones que se hace una lectura crítica de los roles de género presentes en la novela, para examinar cómo el núcleo familiar puede concebirse como un espacio seguro y de protección para los miembros que lo integran, pero también puede convertirse en un escenario de exclusión, discriminación y abuso. La Matosa, lugar ficticio donde se desarrolla la historia, se presenta como un microcosmos situado y marcado por la normalización de la violencia, que a su vez rompe las fronteras de la ficción para convertirse en el reflejo de una sociedad mexicana que -con las manos atadas- vive una cotidianidad definida por la impunidad, la corrupción y la violencia sistémica.
Al contextualizar el concepto de violencia se permite diseccionar el significado desde su entendimiento general procedente del vocablo latín, violentus, derivado de vis ´fuerza´, ´poder´, ´violencia´ (Corominas, 1987). De esta manera, el origen de la palabra está dictaminado por el uso de adjetivos correlacionados con una implementación de la fuerza para conseguir el control o el poder sobre alguien o algo. En este mismo sentido, según Jean-Marie Domenach (1981), la violencia puede definirse como el “…uso de una fuerza abierta o escondida, con el fin de obtener de un individuo o un grupo eso que ellos no quieren consentir libremente” (p. 36). Sin embargo, esta generalización del concepto, aunque explica el ‘qué’ de la violencia, aún siguen escondidos los ‘porqués’, es decir, ‘los orígenes’ que sólo pueden desvelarse desde el aprendizaje de la violencia en entornos socio-culturales particulares, siendo el primero de ellos la institución de la familia en la cual se deposita el ‘deber ser’ de mujeres y hombres, moldeando desde los primeros años sus comportamientos, actuaciones y estereotipos sociales.
De acuerdo con lo anterior, Agustín Martínez (2016) explica que la adquisición de violencia es posible mediante dos tipos de aprendizaje: el primero es el que tiene que ver con la acción directa de ejercer violencia y tiene la función de reforzar conductas violentas ya preexistentes; el segundo tipo es simbólico e indirecto, mediante el aprendizaje de modelos de agresividad que pueden ser también experimentados de manera directa cuando se viven en entornos muy próximos, como puede ser el contexto familiar. De esta manera, “[…] para aprender a comportarse agresiva o violentamente no es necesario que el individuo participe en actos de este tipo, tan sólo basta que contemple el espectáculo de la violencia” (Martínez, 2016, p. 27). A esto se le puede agregar que las imitaciones de los comportamientos violentos en gran parte son normados y normalizados por las expectativas de género depositadas en hombres y mujeres a través de las perspectivas tradicionales familiares, basadas en un sistema hegemónico dominado por el heteropatriarcado y la masculinidad hegemónica (MH), la cual, en palabras de Raewyn Connell (2015), se define como “la configuración de la práctica de género que incorpora la respuesta aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, lo que garantiza (o se considera que garantiza) la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres” (p. 112). Es decir, a partir de esta connotación de la masculinidad, repetida desde la tradición, se legitiman ciertas acciones de dominación y violencia que, aunque sean explícitas, se resguardan en las sutilezas de la heteronorma que enmarca el deber ser del varón.
La familia es la unidad primaria de aprendizaje del ser humano desde la que se definen las formas de socialización y se traducen las creencias, costumbres y significados culturales. De esta manera, el papel que juega la familia proyecta las formas de ser y actuar, de acuerdo con las normativas escritas y no escritas de una sociedad. Emilia Iglesias (2022) la define como:
…institución primaria para la socialización interpersonal y en colectividad, es descrita en la literatura de referencia como un espacio de interacción personal en el que la vinculación de afinidad y/o consanguinidad determina un interés o compromiso entre sus miembros por procurar un entorno seguro, educativo, de protección y desarrollo individual y colectivo (p. 36).
En este sentido, la familia es ese lugar seguro donde sus integrantes pueden encontrar la afinidad y el cuidado ante los acechos y peligros del entorno social; sin embargo, y aunque parezca paradójico, las formas de la violencia se adquieren en esta misma institución a partir de las permisiones, restricciones, privilegios y sumisiones establecidas de acuerdo con estereotipos de género que determinan aquello que se espera de los comportamientos de hombres y mujeres.
Las dinámicas familiares: masculinidad y violencia en el ámbito literario
Las dinámicas familiares son un tópico importante al momento de desarrollar una obra literaria, ya que estas nutren los contextos particulares para potenciar las formas narrativas. Estas realidades familiares han sido retratadas en obras de autoras y autores clásicos de la literatura universal como en Los hermanos Karamazov, escrita por Dostoievski (2011), en la que el entretejido familiar de Rusia en el siglo XIX, se convierte en un drama filosófico y teológico de la condición masculina, ya que mientras el personaje del padre, Fiódor Pávlovich, se posiciona como una figura prepotente, egoísta y abusiva que muestra la cara de una masculinidad impositiva, también se muestran otros modelos de ser masculino en Dimitri, Iván y Aliosha, quienes dan a la narrativa una pluralidad cognitiva en el que la familia juega el papel de ese espacio caótico en donde confluyen fuerzas como la ética, el deseo, el poder y la redención.
Jane Austen (1924), por su parte, en su famosa novela Orgullo y prejuicio, retrata una estructura familiar inglesa de principios del siglo XIX, en la que las relaciones de género -a través del contrato matrimonial- determinan el entramado económico de la sociedad, por lo que su crítica al patriarcado se vuelve aguda al mostrar la arrogancia y jerarquía masculina en contraposición con el papel seductor que deben interpretar las mujeres para consolidar el poder familiar. Sin embargo, lo interesante de la novela radica en que, desde la individualidad de los protagonistas, se desafían los mandatos familiares, ya que Austen posibilita la deconstrucción del orgullo masculino encarnado por Mr. Darcy, a través del encuentro afectivo con la inteligencia y autonomía de Elizabeth Bennet.
Dando un salto hacia el siglo XX, William Faulkner (1930) desarrolló su narrativa alrededor del condado ficticio de Yoknapatawpha, en el que trató las temáticas familiares desde un contexto marcado por la guerra de secesión, con una clara reorganización social y cuestionamiento de las doctrinas, herencias y memorias instauradas por los modelos tradicionales del patriarcado blanco y aristócrata. De esta forma, en su novela Mientras agonizo, el autor dibuja personajes masculinos atravesados por la violencia, la culpa y el fracaso. Por ejemplo, Anse Bundren, al contrario de la figura activa e impulsiva que muchas veces encumbra las características que definen la Masculinidad Hegemónica (MH), se presenta un padre absorto, pasivo e hipócrita, al que, sin embargo, no se le cuestiona ni se le exige debido a su posición de poder determinada por la propia hegemonía y desde la que con egoísmo ejecuta su autoridad. Este modelo de masculinidad impositiva es retomado por Jewel, que con un mayor dinamismo y esfuerzo físico intenta demostrar su virilidad; mientras que, por otro lado, Darl es el hijo que representa una sensibilidad crítica incompatible con el modelo hegemónico de virilidad. Es así que la novela desvela cómo un contexto marcado por la carencia y la necesidad, acentúa los roles de género exhibiendo el ámbito de sufrimiento que enfrentan aquellos incapaces de seguir la norma.
Estos ejemplos demuestran cómo desde la literatura se han utilizado realidades de convivencia complejas en las que se proyectan las relaciones familiares; y el caso de la literatura latinoamericana no es la excepción, ya que es en el seno familiar donde se construyen los escenarios de actuación para el desarrollo de los aprendizajes identitarios tradicionales y en el que se ponen en juego conflictos y afectos que, al ser interpretados, detonan ejecuciones de poder simbólicas en las identidades de género. Lo anterior se puede ver plasmado sobre todo en el terreno de las masculinidades, que literariamente se encuentra representado por hijos errantes y padres fantasmas, lo que vuelve a las ficciones del continente una crítica mordaz a la fragilidad masculina que, al verse cuestionada, se resguarda en el mito del patriarca para intentar sostener su inminente derrumbamiento ético y moral.
Un ejemplo muy claro de lo anterior es la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo (2020), en la que retrata a un padre omnipresente que domina un pueblo hecho a su imagen y semejanza, envuelto en la violencia, el autoritarismo, la insensibilidad y el silencio; y que a su vez, es la imagen de México y muchos pueblos latinoamericanos con un patriarcado hegemónico pero ausente, y desde el cual se forman las relaciones e identidades familiares, en el que existe una madre abnegada e hijos condenados a repetir el ciclo debido a la imposición sexogenérica.
Años más tarde e influenciado por este estilo literario, Gabriel García Márquez (2017), en Cien años de soledad compone una secuencia genealógica de hombres atrapados en un bucle definido por las imperativas hegemónicas que limitan la comunicación, imposibilitan la expresión de los sentimientos y las demostraciones de afecto, instaurando relaciones familiares que circulan alrededor de la figura paterna. De esta manera, tanto en Rulfo como en Márquez, el rol de la familia, a pesar de su complejidad y riqueza narrativa, pareciera permanecer inmutable ante los condicionamientos patriarcales del sistema.
En añadidura y siguiendo con esta etapa del Boom latinoamericano, en novelas como La ciudad y los perros (2015) o Los cachorros (2010) de Mario Vargas Llosa, se exploran los ritos de paso para la comprobación de la virilidad, en la que el cuerpo del varón se expresa y se configura como una herramienta de expresión violenta y cruel, con un claro estigma hacia la sensibilidad. De esta manera, en las narrativas de Vargas Llosa quedan expuestas las ritualidades no escritas dentro de la familia tradicional para determinar cuáles son los varones que pueden ser considerados como ‘hombres verdaderos’.
Estos autores, desde su condición de hombres, escribieron desde y sobre la masculinidad y las relaciones familiares sin tal vez una conciencia crítica de su postura, siendo las escritoras latinoamericanas las que -desde su óptica femenina- sí han establecido un posicionamiento mucho más consciente de las dinámicas de género, lo que les ha permitido convertirse en las cronistas de la crisis y el colapso de la masculinidad tradicional. Rosario Castellanos, Elena Garro o Leonora Carrington, por mencionar algunas, fueron grandes iniciadoras de la literatura feminista latinoamericana en la que lograron visibilizar y desmantelar con lucidez las estructuras patriarcales de la familia, revelando estereotipos y roles de género que anularon durante mucho tiempo la voz de las mujeres, normalizaron la violencia conyugal y reprimieron la sexualidad femenina. En Lección de cocina (2025) o La culpa es de los tlaxcaltecas (1964), por ejemplo, se dejan ver las interpretaciones que deben seguir los integrantes de la familia de acuerdo con su rol definido por el sexo y la posición en la jerarquía familiar, donde el hombre es la cabeza y la única voz de mando, mientras que los hijos varones aprenden y desarrollan los privilegios que les otorga el sistema, teniendo así una mayor valoración dentro del seno familiar, aun cuando puedan ser minoría y el ambiente esté dominado en cantidad por mujeres.
La literatura se vuelve el prisma que proyecta las carencias y las múltiples violencias generadas por el sistema heteropatriarcal. Es por esto que, en la actualidad, se vuelve importante el análisis de obras desde las que se pueda dudar y cuestionar algunos de los aprendizajes producidos y desarrollados en la institución familiar, sobre todo cuando hablamos de valores y enseñanzas que están basadas en un sistema desde el que se producen desigualdades y violencias de género.
Una temporada de huracanes para evidenciar
siglos de patriarcado
Como ya se ha mencionado, este texto tiene como objetivo profundizar en el análisis de una de las novelas latinoamericanas contemporáneas más aclamadas de los últimos años, Temporada de huracanes, escrita por Fernanda Melchor, quien plasmó un retrato crudo sobre las relaciones familiares en México que tienen como base fundamental el machismo, el ejercicio del poder y la violencia doméstica, la cual se maximiza cuando se combina con un territorio geográfico dominado por la austeridad, la carencia, el narcotráfico y el consumo de drogas.
Fernanda Melchor nació en Boca del Río, Veracruz, en 1982; su vocación de periodista le ha permitido conocer de primera mano las problemáticas que aquejan a esta región del país, lo que le ha formado una mirada crítica sobre las formas en las que se ejerce violencia. De esta manera fue que basó su novela en un reportaje de nota roja, en el que se narró el hallazgo del cadáver de una mujer cerca de un canal de Veracruz; la nota explicó que la causa de la muerte fue un feminicidio realizado por el esposo de la víctima, quien, al testificar, justificó su acto diciendo que la mujer lo había intentado embrujar.
La noticia motivó a Melchor a realizar una investigación periodística sobre el hecho feminicida; sin embargo, la inseguridad provocada por la delincuencia organizada la orilló a retratar la crudeza del acto de una forma literaria. Fue así que la obra de Melchor pasó de la intención de atar cabos en el ámbito macrosocial a adentrarse en las entrañas de una sociedad a través de la formación de personajes moldeados y definidos por sus contextos microsociales particulares.
La novela comienza con el hallazgo de un cadáver en putrefacción al borde de la cañada; el cuerpo pertenece a la bruja, personaje solitario y desalineado que se caracteriza por su conocimiento sobre la brujería y la práctica ilegal de abortos para las mujeres que se dedican a la prostitución en el pueblo de La Matosa. La bruja es el reflejo de un estigma impuesto a su madre, la “bruja grande”, que al morir dejó el legado a su hija, la “bruja chica”, que desde su identificación transgénero sufre una doble condena de marginación, primero por ser bruja y segundo por ser trans, lo que la convierte en una identidad vulnerable y supeditada a la jerarquización del sistema patriarcal. Es así que durante toda la novela carecerá de protección, cuidado y empatía por parte de los habitantes de la Matosa. Aún después de su muerte, su identidad marginal hará que su cuerpo sea desechado en una fosa común, reflejo del simbolismo de las exigencias que el sistema demanda a hombres y mujeres para considerarles miembros de una sociedad. Es decir, la aceptación social dependerá del aprendizaje de los estereotipos y roles destinados que se imponen a un individuo desde el nacimiento.
Los estereotipos también devendrán en el deseo de los individuos por adquirir los comportamientos que los hagan merecedores de su identidad de género esperada. Es así que el inicio de la novela no hace más que presentar el desenlace de una serie de consecuencias ocasionadas por la lucha incansable del ´deber ser´, que en primera instancia es instaurada por la enseñanza familiar. Además, de acuerdo con Díaz-Loving (2011) la familia mexicana tiene dos proposiciones básicas: “…el poder y supremacía del padre, junto con el amor y el sacrificio absoluto y necesario de la madre” (p.131). Es decir, la organización familiar está sujeta a relaciones de poder sustentadas en el patriarcado y la masculinidad hegemónica que otorga privilegios a los miembros varones del hogar.
La masculinidad hegemónica (MH), aunque de reciente discusión conceptual, se ha ido gestando durante siglos de historia moderna. La cultura europea y estadounidense dominadoras del ambiente geopolítico actual, constituyeron una polarización desigual entre hombres y mujeres (Connell, 2015). Así, desde antes del siglo XVIII, el hombre ha sido considerado como algo completo y superior, mientras que a la mujer se le ha considerado un ser inferior e incompleto, “[…] lo femenino es secundario […] se es mujer porque se carece de falo (nada tiene que pueda ser visto o exhibido), se está castrada frente al órgano presente y absoluto de lo masculino y dominador” (Madrid, 2001, pp. 405-406). Esta categorización jerárquica impuesta desde el sexismo, por mucho tiempo marginó la incidencia de la mujer en las decisiones políticas importantes.
Es preciso entender que la construcción de la masculinidad hegemónica en el mundo occidental ha sido producto del poder de un grupo dominante, el cual estableció el patrón de los roles a desarrollar por hombres y mujeres. Por lo tanto, bajo este esquema se puede establecer que la MH genera la imagen del “hombre de verdad”, la cual se centra en rechazar aquello que tenga que ver con lo femenino.
Estas formas de dominación masculina han provocado la continuidad del grupo de poder a través de siglos de nuestra historia, por lo que la MH se convierte en la norma que deben seguir los varones. Es decir, el resultado ha sido la construcción sociohistórica de un sistema que reproduce de manera generacional ideologías de dominación masculina, siendo la propia familia la institución en la que se concentra el dominio de los varones, aun cuando en cantidad exista una mayoría femenina; esto debido a que los significados desiguales se instauran sobre lo que socialmente se interpreta como hombre y mujer. Esta situación se ve claramente reflejada en toda la novela de Melchor, en la que se muestra la dinámica familiar a través del trato de sus integrantes con sus consideraciones, privilegios y restricciones.
Los personajes son esclavos de sus propios roles y estereotipos de género, y esto se deja ver desde los primeros capítulos. Por ejemplo, el personaje de Yesenia en el capítulo II, se nos presenta como una joven condenada a servir a los demás; su posición como la mayor de las nietas implica que -desde muy joven- quede a cargo del cuidado de sus primas y de su único primo ‘Luismi’, el integrante menor de la familia, quien goza de privilegios y consideraciones por ser hombre. Esta situación causa molestia en Yesenia, quien tiene que cargar con el peso de la casa y las acusaciones sin fundamento causadas por ‘Luismi’, siempre defendido por la abuela. Por lo que cuando Yesenia daba alguna queja de él, la abuela siempre respondía: “…si nomás es un chamaco, no tiene malicia, son cosas de niños…” (Melchor, 2018, p. 42). Estas justificaciones, además de molestar a Yesenia y llenarla de impotencia, son demostraciones de las formas de pensamiento y conductas que muchas familias mexicanas adoptan y validan, de acuerdo a un sistema patriarcal que determina y justifica los comportamientos de los varones, otorgándoles ´privilegios´ y permisos que van más allá de una simple condición de comportamientos, ya que se instauran en un ejercicio de poder constante que posiciona al varón dentro de un orden jerárquico.
Los actos de violencia se presentan de manera inconsciente desde el seno familiar, siendo aún más explícitos en familias envueltas en territorios de precariedad y marginación; donde la desigualdad social no sólo se percibe en el ámbito económico, sino también desde la propia construcción identitaria de los integrantes de una familia. Es así que, en países como México, la dinámica familiar ha estado envuelta en un ciclo repetitivo de desigualdad y violencia determinado por los estereotipos de género que, desde un nivel microsocial, termina por trasladarse a un nivel macro, donde los actos violentos se vuelven mucho más visibles y se reconocen socialmente a través de las notas rojas, noticiarios y estadísticas alarmantes que revelan la violencia que -en un nivel micro- era invisible para el país.
En este sentido, (Pérez, 2023, s. p) considera que tan sólo basta con revisar las estadísticas en las que “[…] la violencia de género en todas sus modalidades se elevó en más de 24% en el mismo periodo de análisis, ello al pasar de 3,057 denuncias en 2022 a 3,802 en 2023”. La visualización de las problemáticas presentadas en estas estadísticas permite conocer el panorama macrosocial de un país que vive explícitamente la violencia de género, y sin embargo el origen de la misma sigue oculto. La raíz del fenómeno de la violencia se encuentra enclaustrada en el sistema hegemónico que usa como camuflaje la institución familiar tradicional, la cual, en un país como México, conserva un carácter sagrado y, por lo tanto, difícil de cuestionar.
La falta de una crítica al desarrollo y conformación de los estereotipos de género en el seno familiar, es el comienzo para la construcción de un entorno social desigual, el cual, a la postre se convierte en el caldo de cultivo de una sociedad que se sabe enferma al conocer la culminación de los actos violentos, pero que a la vez desconoce la fuente de su propia enfermedad. En consecuencia, esto dificulta la implementación de acciones políticas y sociales eficientes contra la violencia en el país.
Por estas razones, es importante cuestionar el desarrollo y el aprendizaje de la violencia desde las primeras experiencias de socialización de las infancias, que, inmersas en el sistema hegemónico patriarcal, se ven envueltas en un entorno de diferenciación dado por el ‘deber ser’ y las expectativas depositadas en hombres y mujeres, que conllevan la implementación de la desigualdad. Por lo tanto, el género se convierte en el primer filtro que define a las personas, esto quiere decir que “antes incluso del nacimiento, el padre y la madre piensan en el bebé de manera distinta si es varón o mujer, visualizan su futuro e imaginan planes totalmente diferentes para él o ella” (Yubero, 2010, p. 7). Lo que no sólo desarrollará enseñanzas y aprendizajes distintos, sino que impondrá limitantes y privilegios de acuerdo con las construcciones tradicionales de género.
De tal forma que a los integrantes varones de la familia se les inculcan valores pertenecientes a la Masculinidad Hergemónica (MH) como la competencia, la fuerza, la búsqueda del poder, la valentía, el silencio de los sentimientos y el alejamiento de actividades relacionadas con el cuidado del hogar, y el seguir estos mandatos conlleva a que los varones sean reconocidos como ‘verdaderos hombres’ y puedan ser aceptados socialmente.
A partir de este modelo los varones son impulsados a buscar poder y a ejercerlo, con las mujeres y con aquellos hombres que están en posiciones jerárquicas menores, a quienes pueden dominar. Lleva entonces, a establecer relaciones de subordinación, no sólo de la mujer con respecto al hombre, sino también entre los propios varones (Olavarría, 2000, p. 12).
Continuando con la narración de la novela, es preciso explicar que ‘Luismi’ es hijo de Maurilio, lo que le otorga desde el nacimiento ser tratado por las cabezas de la familia igual que a su padre, es decir, con los mismos privilegios y permisiones que se trasladan de un miembro de la familia a otro según el sexo bajo el que hayan nacido. Esta situación heredada de privilegios masculinos tiene la extraña particularidad de poder ser criticada por personas ajenas al seno familiar, más nunca por el propio núcleo; esta paradoja de alejamiento e interiorización del problema se presenta como si fuera un mecanismo de defensa del sistema hegemónico, y un ejemplo claro de lo anterior se observa en el siguiente fragmento:
…ni sentía el sufrimiento que le causaba a todos, igual que el cabrón de su padre: ya verán, dijo la Balbi, de tal palo tal astilla; hijo de tigre pintito, o de tigra más bien, le reviró la Negra, porque ese pinche chamaco va a salir igual de cochino que la puta de su madre, de la que se contaban cosas más feas aún en el pueblo, y hasta se decía que por su culpa se habían muerto ya siete hombres, siete choferes de la misma compañía de transporte, y todos de sida, siete hombres muertos, o tal vez ocho contando al tío Maurilio si uno le hacía caso a las murmuraciones, y lo peor de todo es que la maldita vieja seguía enterita, como si no estuviera enferma y podrida por dentro… (Melchor, 2018, p. 50).
El personaje de la ‘Balbi’ encarna las posturas críticas que se dan desde la periferia familiar. La ´Balbi´ es capaz de enjuiciar los comportamientos de Maurilio y los compara con los de su hijo el ´Luismi´, para profetizar que será igual que su padre; sin embargo, esto no genera más que una crítica sin repercusiones en el sistema, ya que, desde los propios senos familiares, la interpretación de la masculinidad se vuelve mucho más compleja y escurridiza. Esto se deja ver en las líneas siguientes, cuando el mismo personaje de la ‘Balbi’ deja de lado el enjuiciamiento contra Maurilio y centra su atención en la madre de ‘Luismi’, a quien culpa de la muerte de siete hombres por acostarse con ella, para después maldecirla por mantenerse en buena condición. Estas acusaciones demuestran la compleja sutileza del pensamiento engendrado desde el sistema hegemónico patriarcal, en la que las acusaciones no van en contra de los hombres que asisten a los burdeles (ya que esto es normalizado y permitido socialmente), sino que se centran en los prejuicios contra la mujer, culpándola siempre antes que al varón, aunque el juicio venga externado por una mujer. De esta manera, “las performances de las masculinidades necesitan de hombres y mujeres que no cuestionen el modelo clásico, y que en todo caso sigan las reglas de juego instauradas tradicionalmente” (García J. R., 2020, p. 499). Demostrando con esto que la ideología del sistema dominante se incrusta de manera sutil en mujeres y hombres, reproduciendo la masculinidad tradicional, aunque sea de manera inconsciente.
Lo anterior explica por qué un hombre como Maurilio, que, aunque haya ido a la cárcel por asesinar a otro hombre y al cabo de un tiempo pierda la vida a causa de una enfermedad dejando a su familia desprotegida, no sea nunca acusado o juzgado por su madre, ya que será siempre cubierto no sólo por el amor incondicional de la madre, sino que también será protegido por el halo protector de la MH y el sistema patriarcal. Por estas razones, a pesar de que Maurilio sea el origen de las situaciones de apremio de su familia, siempre será justificado por su madre, quien entiende a través de su aprendizaje tradicional que debe hacer sacrificios por los integrantes varones de su familia, a quienes les otorga el centro de atención de su vida. Estos aprendizajes heredados no le permiten ver los agravios que él comete, sino que, por el contrario, cada uno de sus errores será culpa de alguien que de alguna manera los obligó a equivocarse, por lo que lo antepondrá a sus propias necesidades y las carencias de su familia. En resumen, aunque Maurilio era un gran problema para su familia, el propio sistema desestima sus errores, como se muestra en el siguiente fragmento:
…seguía siendo una carga para ella, todo el tiempo ayudándolo y prestándole dinero que el cabrón nunca le regresaba, y encima tenía que andar llevándolo a cada rato a que lo curaran cuando le rompían su madre en las parrandas, e incluso durante varios años hizo el tremendo sacrificio de ir a visitarlo a la cárcel del Puerto, todos los domingos sin falta iba la abuela a ver al tío Maurilio que estaba preso por su chingada gracia de haber matado a un señor de Matacocuite… (Melchor, 2018, pp. 38-39).
En esta narración, la autora deja al descubierto los comportamientos de Maurilio y el contexto que estos generan. Los mismos que serán replicados por su hijo y tolerados por su familia. Lo que otorgará castigos y premios que dependerán de los estereotipos y roles de género, puestos en una balanza desigual y normalizada por la cotidianidad familiar. Además, esto es sustentado por el ideal social de lo que debe ser un hombre en oposición a todo aquello que simbolice la feminidad. De acuerdo con Simone de Beauvoir (2015) “un hombre nunca empieza considerándose un individuo de un sexo determinado: se da por hecho que es un hombre[…] La mujer aparece como el negativo, de modo que toda determinación se le imputa como una limitación, sin reciprocidad” (pág. 49), Esta acotación sobre el varón le otorga su taxonomía, dando por sentado la definición de lo que es y debe ser un varón, lo que significa desde luego una falta de cuestionamiento hacia sí mismo y hacia el significado de la masculinidad.
En la novela se deja de manifiesto lo anterior, ya que mientras ‘Luismi’ goza de una total libertad, Yesenia es acusada, etiquetada y sobajada cada vez que busca obtener justicia. Esta connotación tradicional, es dada desde el entendimiento binarista del género que aumenta la brecha desigual entre hombres y mujeres:
¿No te da vergüenza andar de golfa en las calles por la noche, y encima echarle la culpa a tu primo? Yo te voy a quitar las ganas de andarte escapando, cabrona de mierda. Le había tusado el pelo con las tijeras de descuartizar el pollo mientras Yesenia permanecía inmóvil como tlacuache bajo los faros de los camiones en la carretera, por miedo de que las hojas heladas le cortaran la carne, y después había pasado la noche entera en el patio, como la perra que era, había dicho la abuela: la bestia inmunda que no merecía ni un jergón pulguiento bajo su pellejo apestoso (Melchor, 2018, p. 49).
El género se encuentra enclaustrado en códigos enmarcados en un binarismo rígido y radical, en el que, de acuerdo al sistema patriarcal, el género se mantiene “…como un mecanismo cultural que se apoya en la diferencia sexual –biológica– para convertir a varones y mujeres en sujetos con géneros bien diferenciados y relacionados jerárquicamente” (Diz, 2012, p. 62). Las preguntas a resolver sobre el quién soy o el quién debería ser se ajustan a elementos de desigualdad que se presuponen en el concepto de identidad de género, el cual se ampara en el discurso en donde lo biológico determina lo social, es decir, el sexo determina la norma social a seguir de hombres y mujeres.
La identidad de género, entonces, está supeditada a las características de la tradición, que tiene en la familia un pilar fundamental de la enseñanza del ´deber ser´ que desarrolla el conjunto de representaciones y significados en un tiempo y espacio sociocultural determinado. Por lo tanto, un individuo debe ir aprendiendo las construcciones identitarias que se le han legado desde su herencia familiar y cultural.
Justo es esta herencia de la MH la que revela el personaje de Chabela en la novela de Melchor. Chabela es la madre de ‘Luismi’, quien, decepcionada de los hombres, comienza una vida alejada de la moral convencional y los estereotipos de género destinados para la mujer, ya que, como argumenta su personaje:
…por creer que los hombres van a ayudarte pero a la mera hora es una la que tiene que partirse la madre para sacárselos de adentro, y partirse la madre para cuidarlos, y partirse la madre para mantenerlos, mientras el cabrón de tu marido se va de pedo y se aparece cuando se le hincha la gana (Melchor, 2018, p. 145).
La descripción que hace Chabela también es una realidad de muchas familias mexicanas, ya que históricamente, la sociedad del país ha encumbrando la figura del macho mexicano como el perfil del ´hombre verdadero´, estableciendo características que da como resultado un patrón jerárquico en el que el varón cabeza de la familia se entiende muchas veces como un macho y mujeriego (González, 2017), mientras que la madre se mantiene como “…abnegada y controladora de la vida de sus vástagos e hijos que muestran una compulsión a la repetición de los patrones comportamentales de los padres o que luchan por romper con ellos (González, 2017, p. 25).
Las reflexiones anteriores revelan el problema esencial de la identidad de género, que se debe al enclaustramiento en categorías fundamentadas y reglamentadas por el sistema hegemónico androcentrista y patriarcal, que se asumen como únicas, verdaderas y universales; las que obviamente favorecen a la dominación masculina. En otras palabras, la identidad de género está supeditada al establecimiento del orden social. Pierre Bourdieu explica lo anterior al escribir que:
El orden social funciona como una inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya: es la división sexual del trabajo, distribución muy estricta de las actividades asignadas a cada uno de los dos sexos, de su espacio, su momento, sus instrumentos; es la estructura del espacio, con la oposición entre el lugar de reunión o el mercado, reservados a los hombres, y la casa, reservada a las mujeres, o, en el interior de ésta, entre la parte masculina, como del hogar, y la parte femenina, como el establo, el agua y los vegetales; es la estructura del tiempo, jornada, año agrario, o ciclo de vida, con los momentos de ruptura, masculinos, y los largos períodos de gestación, femeninos (Bourdieu, 2000, p. 11).
De acuerdo con estas aseveraciones, Bourdieu demuestra la forma en que se han aprendido a pensar las identidades de género, para concientizar que las construcciones de las mismas tienen una sujeción premeditada y controlada por el sistema hegemónico que desde luego ostenta el poder. Esto, más allá de instaurar una rendición ante la normalización que ofrece el sistema, es pertinente responder a la exigencia de cuestionar la jerarquía que antepone el naturalismo sobre lo sociocultural; “…y así, una vez con la claridad de nuestra constitución identitaria y de género, podemos por medio del saber, resistir bajo la agencia y la deconstrucción” (De la Torre, 2017, p. 100). Ya que, como expresa Judith Butler: “el «yox que soy se encuentra constituido por normas y depende de ellas, pero también aspira a vivir de maneras que mantengan con ellas una relación crítica y transformadora” (Butler, 2006, p. 16). Por eso, las manifestaciones sociales y las expresiones artístico-literarias son relevantes por su posición reveladora y confrontativa de la realidad; muestran el control que ejerce el sistema patriarcal desde una perspectiva basada en la violencia de género, con el objetivo de mantener el poder y el orden tradicional, lo que claramente significa conservar la brecha de desigualdad social. Es decir, el sistema siempre está en una lucha por mantenerse inmutable como paradigma, aunque esto mantenga un estado social de violencia y sufrimiento.
Existen ciertas teorías que han buscado explicar esta situación desde el aspecto biológico, estableciendo por ejemplo que, es la testosterona la responsable de que el hombre sea más violento, lo que nos llevaría a pensar que la violencia está en la propia naturaleza del hombre, con lo que se acreditaría el argumento de Hobbes entendido de manera general como “el hombre es malo por naturaleza” o “el hombre es el lobo del hombre”. Sin embargo, desde las ciencias sociales y los estudios de género, se buscan otras explicaciones menos deterministas y esperanzadoras, las cuales tratan de llevar el debate hacia el aspecto socio-cultural, es decir, se establece que es el sentido de la vida en sociedad, el que construye las identidades performáticas de género, en la que los cuerpos se vuelven el vehículo de los comportamientos “socialmente aceptables”. En este sentido, el sociólogo canadiense Erving Goffman explica lo siguiente:
Cuando un actor adopta un rol social establecido, descubre… que ya se le ha asignado una fachada particular. Sea que su adquisición de rol haya sido motivada primariamente por el deseo de representar la tarea dada o por mantener la fachada correspondiente, descubrirá que debe cumplir con ambos cometidos (Goffman, 2001, p. 39).
De esta manera, el cumplimiento y la asimilación de las características que debe tener un hombre para pertenecer al grupo de los “hombres auténticos”, no sólo lo coloca frente a una carga otorgada a su cuerpo performativo, sino que, como puntualiza García Marín:
…se visibiliza uno de los elementos que mejor definen a las masculinidades hegemónicas, como es el ejercicio de la violencia como mecanismo social, a través del control de las mujeres y de la competencia entre masculinidades, la violencia como paradigma de la dominación masculina (García J., 2016, p. 150).
Por lo anterior, podemos establecer que estamos frente a una de las posibles explicaciones del por qué el hombre tiende a ser mucho más violento que la mujer, y a la vez tiende a violentar a la mujer por el simple hecho de serlo, con formas de violencia que van desde los micromachismos hasta el feminicidio. Es así como de nuevo nos encontramos ante una imposición jerárquica basada en la diferencia, ya que siguiendo las ideas de Bourdieu:
La exaltación de los valores masculinos tiene su tenebrosa contrapartida en los miedos y las angustias que suscita la feminidad: débiles y principios de debilidad en cuanto que encarnaciones de la vulnerabilidad del honor, de la h´urma, sagrada izquierda (femenino, en oposición a lo sagrado derecho, masculino) (Bourdieu, 2000, p. 40).
Ante esta situación, nos podemos dar cuenta de que la defensa de los valores masculinos hegemónicos se encuentra dada por una relación de interdependencia entre el poder y el dolor que los hombres deben afrontar desde su performance corporal cotidiano aprendido desde su contexto cultural.
Queda demostrado que la defensa del sistema patriarcal y la enseñanza de la MH desde el seno familiar (aunque sea de manera inconsciente), son el origen de las violencias de género, siendo la esencia de este tipo de masculinidad la que encarna la violencia macrosocial que alimenta las estadísticas negativas de una nación. Sin embargo, el sistema patriarcal ha sabido volverse tan complejo y espeso que, como si de agua estancada se tratara, es imposible para la sociedad ver el fondo de las problemáticas, a las que únicamente se accede a través de los periódicos, pero esto es únicamente la punta del iceberg de un gran hecho social del que no se puede ver su construcción sociocultural.
Es así que, muchas veces las explicaciones tienden a hacerse desde reduccionismos políticos, culturales o hasta psicosociales que desde la resignación hacen encoger los hombros y exclamar “así somos los mexicanos”; o a veces, en el mismo sentido reduccionista, las explicaciones se impregnan de interpretaciones místicas y extra normales como el decir que todo se debe a “las malas vibras”, como bien puede verse expresado en la novela de Fernanda Melchor, cuando desde el conformismo se expresa socialmente que aquello que sucede en la Matosa se debe a la brujería y el ambiente que estos elementos sobrenaturales generan, desviando la atención para explicar el mal desde un más allá que paradójicamente es mucho más cercano a la feminidad que a la masculinidad, y en el último capítulo de Temporada de huracanes, queda explicado este argumento:
Que las malas vibras son las culpables de tanta desgracia: decapitados, descuartizados, encobijados, embolsados que aparecen en los recodos de los caminos o en fosas cavadas con prisa en los terrenos que rodean las comunidades. Muertos por balaceras y choques de auto y venganzas entre clanes de rancheros; violaciones, suicidios, crímenes pasionales como dicen los periodistas (Melchor, 2018, p. 217).
El cierre de la novela pone de manifiesto el pensamiento popular cuando se trata de dar una explicación a una situación que se ha salido de control, ya que, aunque se sabe del contexto violento, se le cataloga, se le pone nombre y se le reconoce, no se ha terminado aún por generar una autorrevisión o autorreflexión social que permita cuestionar el sistema desde su interior, sino que por el contrario, se buscan explicaciones en el exterior, más allá de las fronteras del sistema hegemónico, lo que dificulta encontrar las causas de las consecuencias vividas, haciendo que la formación de los varones desde los dictámenes de la Masculinidad Hegemónica (MH) se mantengan intactos y protegidos, en una sutilidad hermética que no permite a los hombres hablar de su propia masculinidad. Al respecto, Rita Segato (2018) argumenta lo siguiente:
Las mujeres hemos identificado nuestro propio sufrimiento y hablamos de él. Los hombres no han podido hacerlo. Una de las claves del cambio será hablar entre todos de la victimización de los hombres por el mandato de masculinidad y por la nefasta estructura corporativa de la fratría masculina (p. 16).
El análisis de Segato establece un excelente punto de análisis para que los varones comiencen a cuestionar el aprendizaje de su masculinidad, a partir de identificar y hablar sobre su propio privilegio, pero también del propio sufrimiento que de este se deriva. Sin embargo, para que exista un cambio radical del sistema patriarcal y la MH, es primordial que la institución familiar se cuestione sus propias formas de enseñanza, su creación de estereotipos de género y la educación de sus varones siguiendo la normatividad tradicional de la Masculinidad Hegemónica.
La lucha social que han realizado por siglos las mujeres a través de las diversas olas feministas es un territorio que no ha sido explorado por los hombres, debido a que se han escudado en los privilegios que les otorga el sistema patriarcal. Sin embargo, no se han dado cuenta de que estos mismos privilegios se convierten en un peligro constante ante las demandas que exige la MH. Esto quiere decir que el privilegio se convierte en un dolor normalizado, el cual inconscientemente se adentra en las formas de masculinidad arraigadas en una tradición que establece un único camino de ser hombre.
Conclusiones
Temporada de huracanes es una novela que en su superficie se muestra como un texto de denuncia de la violencia estructural que vive el país; pero que, en definitiva, en la profundidad del análisis, es más que esto, ya que se muestra como una radiografía de las dinámicas familiares basadas en las normativas heteropatriacales que instauran imposiciones domésticas basadas en el dolor. Fernanda Melchor, a través de una prosa caótica y dinámica, desvela las formas de habitar los márgenes de un sistema donde la MH es el eje transversal que moldea las conductas y rebasa cualquier intención ética y moral.
La Matosa es el territorio que, aunque ficticio, revela la realidad social del país y desde el que se pueden vislumbrar las redes de relaciones sociales deformadas por la carencia, la pobreza, el machismo y la violencia, que llevan a un estado de descomposición del tejido social. Es en este lugar donde la violencia se impregna en el ámbito doméstico privado y, como efecto de bola de nieve, se expande hacia el espacio público, adquiriendo formas máximas de expresión de la violencia como los homicidios, feminicidios, desapariciones, adicciones, conflictos armados y hasta el desarrollo de la narcocultura que tanto aqueja al país.
El análisis de esta obra desde las relaciones y dinámicas familiares en torno a la masculinidad y la violencia, permite desvelar cómo el tejido social se corrompe por la perpetuidad de un sistema que es defendido y legitimado por la propia sociedad; es decir, existe una responsabilidad colectiva que necesita de un despliegue autocrítico hacia los primeros aprendizajes de las infancias. Es así que la novela hace un llamado a que el lector haga un ejercicio de emancipación para realizar acciones sociales en pro de transformar los cimientos que por siglos han construido las dinámicas socioculturales. En pocas palabras, Temporada de huracanes hace un llamado a repensar las dinámicas familiares, desnaturalizar las violencias y crear espacios éticos, de cuidado y no represión.
Por estas razones, la literatura se convierte en una plataforma de expresión ideal para los cuestionamientos hacia las estructuras hegemónicas de poder que imperan en la sociedad actual. La agudeza crítica desde la ficción es una herramienta importante en territorios complejos como lo son las formas tradicionales de socialización que se dan en la familia. En otras palabras, la literatura se vuelve un terreno fértil para la denuncia y la reflexión de las problemáticas sociales, y tal vez, una posibilidad en la que se puedan encontrar los espejos necesarios para mirar las carencias y la toxicidad de la masculinidad tradicional.
Referencias
Castellanos, R. (10 de junio de 2025). Lección de cocina. Connell, R. (2015). Masculinidad . UNAM.
Corominas, J. (1987). Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Gredos.
Costa, J. (1993). Identidad corporativa. Trillas.
Austen, J. (1924). Orgullo y prejuicio [Archivo PDF]. https://info-biblioteca.mincyt.gob.ve/wp-content/uploads/2024/06/Orgullo_y_prejuicio-Jane_Austen.pdf
Barragán, A. (30 de diciembre de 2021). México cierra un año negro con más de 3.000 mujeres asesinadas. Obtenido de El país El periódico Global : https://elpais.com/mexico/2021-12-31/mexico-cierra-un-ano-negro-con-mas-de-3000-mujeres-asesinadas.html
Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Anagrama.
Butler, J. (2006). Deshacer el género. Paidós.
De la Torre, M. E. (2017). Identidad de género, Una categoría para la deconstrucción. Xihmai, 12(23), 83-102.
De Beauvoir, S. (2015). El segundo sexo. Cátedra.
Derrida, J. (1980). La ley del género. Glyph, 2-26.
Díaz-Loving, R. y al, e. (2011). Las premisas histórico-socioculturales de la familia mexicana: su exploración desde las creencias y las normas. Revista Mexicana De Investigación En Psicología, 3(2), 128-142.
Diz, T. (2012). Imaginación falogocéntrica y feminista, diferencia sexual y escritura en Roberto Arlt, Alfonsina Storni, Enrique González Tuñón, Roberto Mariani, Nicolás Olivari, Salvadora Medina Onrubia y María Luisa Carnelli. FLACSO.
Domenach, J.-M. (1981). La violencian y sus causas. UNESCO.
Dostoievski, F. (2011). Los hermanos Karamazov. Alianza.
Etkin, J. S. (1992). La identidad de las organizaciones. Paidós.
Faulkner, W. (1930). Mientras agonizo [Archivo PDF]. https://ddooss.org/libros/William_Faulkner.pdf
García Márquez, G. (2017). Cien años de soledad. Diana.
García, J. (2016). La reproducción de microculturas patriarcales y masculinidades hegemónicas a través del teen pop. Innovación Educativa(26), 143-153.
García, J. R. (2020). El machismo y las performance de las masculinidades hegemónicas. Práxis educacional, 16(37), 496-507.
Garro, E. (1964). La culpa es de los tlaxcaltecas [Archivo PDF]. https://www.cbtis75.edu.mx/_files/ugd/6d5e74_397567e6b5644ec79b4ca5dde5d56f27.pdf?index=true
Goffman, E. (2001). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Amorrortu editores.
González, M. (2017). La familia mexicana: su trayectoria hasta la posmodernidad. Crisis y Cambio social. Psicología Iberoamericana, 25(1), 21-29.
Iglesias, E. (2022). Transformaciones de la familia mexicana y su incidencia en la convivencia y la gestión de los conflictos. Comunitaria, 24, 35-57.
Madrid, R. (2001). Derrida y el nombre de la mujer. Raíces deconstructivas del feminismo, los estudios de género y el feminist law. Facultad de Dereito da Universidade da Coruña.
Martínez, A. (2016). La violencia. Conceptualización y elementos para su estudio. Política y Cultura(36), 7-31.
Melchor, F. (2018). Temporada de huracanes. Penguin Random House.
Nietzsche, F. (2005). La genealogía de la moral. Alianza.
Olavarría, J. (2000). De la identidad a la política: masculinidades y políticas públicas. Auge y ocaso de la familia nuclear patriarcal en el siglo XX. En J. P. Olavarría, Masculinidades. Identidad, Sexualidad y Familia (págs. 11-28). FLACSO.
Pérez, M. (23 de agosto de 2023). Registran autoridades un aumento en el número delitos de género en México. El Economista, pág. sn. Obtenido de Registran autoridades un aumento en el número delitos de género en México.
Rulfo, J. (2020). Pedro Páramo. Cátedra .
Segato, R. (2018). Contra-pedagogías de la crueldad. Prometeo.
UNODC. (2019). Estudio mundial sobre el homicidio. Naciones Unidas.
Vargas Llosa, M. (2010). Los cachorros. Cátedra.
Vargas Llosa, M. (2015). La ciudad y los perros. DeBolsillo.
Yubero, S. N. (2010). Intervención social y género. Narcea.
Edgar Alejandro Guadarrama Rueda
Correo electrónico: alejandro.guadarrama717@gmail.com
Mexicano. Maestro en Estudios de Arte y Literatura por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM). Adscripción actual: Profesor de Tiempo Completo en la Universidad Intercultural del Estado de México (UIEM). Línea de investigación: Estudios visuales, arte y género con enfoque intercultural. Último artículo publicado: La estatua de sal, de Salvador Novo. Urbanismo e identidad homosexual en la ciudad de México, 1917-1921, en Valenciana, estudios de filosofía y letras. Número 22 (2018).
CC BY-NC-SA 4.0