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Año 1 / Número 1 / Marzo-agosto de 2023
Los mandatos de la masculinidad en hombres
heterosexuales de tres generaciones de
Colima, México, en el siglo XXI
The Mandates of Masculinity in Heterosexual Men of Three
Generations of Colima, Mexico in the XXI Century
Eudes Jairo Medina Mendoza
Universidad de Colima
Recepción: 31/12/21
Aprobación: 28/03/22
Resumen
El presente artículo tiene por objetivo
analizar los mandatos de la masculinidad
en tres generaciones de hombres de la zona
conurbada de Colima y Villa de Álvarez,
en México, para identificar los elementos
que son incorporados a su identidad mas-
culina. La metodología empleada para este
estudio fue cualitativa, pues lo que se buscó
fue describir e identificar una realidad
construida por los diferentes actores que
en ella intervienen. A partir de lo anterior
se seleccionó el método etnosociológico de
Bertaux (2005), que se basa en la etnografía
para la observación de los mundos y las
relaciones de los sujetos, agregando que a
partir de dicha revisión se puede pasar de
lo particular a lo general en busca de ele-
mentos que permitan explicar los procesos
Abstract
The aim of this article is to analyze the
mandates of masculinity in three genera-
tions of men from the metropolitan area of
Colima and Villa de Álvarez, in Mexico, in
an effort to identify the elements that are
incorporated into their masculine identity.
The methodology used for this study
was qualitative since I aimed to describe
and identify a reality constructed by the
different actors involved in it. From what
was just said, I used the ethno-sociological
method of Bertaux (2005) which is based
on the ethnographic observation of the
worlds and the relationships of the sub-
jects, adding that from this standpoint it
is possible to go from the particular to the
general, looking to those cases, elements
that allow to explain the sociological
GénEroos
Volumen 1/número 1/marzo-agosto de 2023/ pp. 72-101
eISSN 2992-7862
DOI: RevGenEr.2023.1.03
CC BY-NC-SA 4.0
Investigación
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Los mandatos de la masculinidad en hombres heterosexuales de tres generaciones de Colima...
Medina Mendoza, E.J. | Pp. 72-101
Introducción
El presente trabajo tiene su origen en la tesis doctoral “Prácticas y signifi-
cados de la paternidad y relaciones conyugales en hombres heterosexuales
de tres generaciones de Colima en el siglo XXI”, para ello se plantea
responder la pregunta: ¿cuáles son los mandatos de la masculinidad que
los hombres de tres generaciones han incorporado a sus identidades de
género?
A partir de lo anterior, se analizan los mandatos de la masculinidad
para identificar los elementos que son incorporados a su identidad. Los
participantes fueron 18 hombres de tres grupos etarios; el primero: ma-
yores de 70 años, el segundo: de 50 a 55 años y el último: de 30 a 35 años.
De esta forma, este trabajo se inscribe dentro de los estudios de
género de los hombres y las masculinidades, una propuesta teórica y
metodológica que permite analizar a los hombres en el contexto de las
relaciones de poder entre ellos, así como con otros actores sociales e ins-
titucionales, y se enmarca dentro del construccionismo social, de manera
específica en la idea de Berger y Luckmann (2003), quienes postulan como
tesis principal el hecho de que la realidad social se construye.
sociológicos de gran magnitud. Dentro de
los resultados más significativos de este
trabajo podemos encontrar a la familia
como un elemento asociado a los mandatos
de la masculinidad, y que es incorporado a
la identidad masculina de cada uno de los
hombres del estudio, partiendo de sus ex-
periencias específicas, ya sea siendo padres
o considerando que la responsabilidad de
la familia y su cuidado dependen de ellos.
Palabras clave
Mandatos de la masculinidad, identidad
masculina, generación, paternidad, relación
de pareja.
processes of greater magnitude. Among
the most significant results of this work,
we can find that family is an element as-
sociated to the mandates of masculinity
and that is incorporated into the masculine
identity of the men interviewed based on
their specific experiences, whether they
be parents or considering that the res-
ponsibility of having a family and its care
depend on them.
Keywords
Mandates of masculinity, masculine
identity, generations, paternity, couple
relationships.
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Se decidió utilizar esta aproximación epistemológica por las
posibilidades que ofrece al momento de explicar y dar cuenta de cómo
los hombres van aprendiendo, a través de la socialización, a comportarse
como varones y, al mismo tiempo, contribuyen al sostenimiento de estas
formas de ser y de estructurar su experiencia.
La propuesta de Berger y Luckmann (2003) permite entender
este proceso de construcción del ser hombres a partir de la socialización,
o de manera más concreta del proceso continuo y dialéctico formado por
tres elementos, a saber: la externalización, la objetivación y la internali-
zación. Estos tres procesos se explican, según los autores, a partir de la
objetivación y la subjetivación de lo social.
Este marco epistemológico permite realizar el abordaje de la
identidad masculina como un concepto complejo y central en los estudios
de género de los hombres; sin embargo, pensar en la identidad acarrea
dificultades en cuanto a su abordaje pues, al buscar definirla, queremos
definir aquello que define. Este juego de palabras puede llegar a generar
no sólo confusión, sino complicaciones al momento de su análisis.
Hall (1996) plantea que al deconstruir el término identidad como
una categoría esencialista, éste se desdibujó, se borró, pero no se planteó
otro concepto que lo superara y, por lo tanto, funciona como un concepto
borrado, pero que sigue en uso, pues sin él, no pueden explicarse otros
conceptos y procesos sociales.
Pero ¿cómo se puede definir lo que es la identidad? Hall (1996,
p. 20) plantea lo siguiente:
Uso «identidad» para referirme al punto de encuentro, el
punto de sutura entre, por un lado, los discursos y prácticas que in-
tentan «interpelarnos», hablarnos o ponernos en nuestro lugar como
sujetos sociales de discursos particulares y, por otro, los procesos que
producen subjetividades, que nos construyen como sujetos susceptibles
de «decirse».
Este planteo del autor permite comenzar el recorrido hacia una
explicación de la conformación de las identidades, destacando la mención
que hace sobre la sutura como un lugar de encuentro. Esta descripción
sobre el lugar nos permite ir pensando en la identidad como un espacio
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delimitado, una posición dentro de la propia estructura social, así como
dentro de su dinámica.
El otro elemento sobre el que considero necesario colocar nuestra
atención es que dicho lugar no está sujeto a la voluntad de los individuos,
sino que los trasciende, pues, como menciona Hall (1996), los procesos
que se encuentran en esta sutura son los discursos y prácticas que la
sociedad ha validado para su reproducción de un ser en específico; esto
es, cómo debe comportarse un hombre para que se le reconozca de esa
forma, cuáles son las características que una mujer debe cumplir para que
las demás personas la identifiquen con esa función en concreto, etcétera.
Esta serie de disposiciones condicionan las posibilidades de emergencia
y expresión de los sujetos a este dispositivo que permite ordenar y dar
sentido a las relaciones entre ellos y ellas. Por otro lado, el mismo autor
plantea que en este encuentro que conforma la sutura están involucrados
los procesos generadores de subjetividades, lo que permite una expresión
particular de los sujetos, pero enmarcada en las posibilidades de manera
objetiva e incorporadas a través del tiempo (Berger y Luckmann, 2003).
Un último punto del planteamiento de Hall (1996) sobre la iden-
tidad es la importancia de los discursos para la constitución de lo que él
denomina los discursos particulares de los sujetos sociales, lo que permite
tener un lugar reconocible en el grupo social.
Ahora, pensar la identidad de los hombres como una cuestión
genérica ha abierto dificultades que es necesario tener en consideración.
Una de éstas es ¿desde dónde explicamos al hombre (en singular) como
sujeto coherente y claro, que ya no lo es tanto? Núñez (2017) propone pensar
a los hombres y las masculinidades en términos semejantes de como lo
hace Joan Scott (1986) con el concepto de género: como términos vacíos,
por un lado, y rebosantes de significado, por el otro. Esto es, que estos
conceptos no están fijos y no son ahistóricos, sino que son definidos en
sus diferentes contextos, es decir, están siendo constantemente puestos
en disputa.
Siguiendo con la influencia del feminismo, los estudios de género
de los hombres y las masculinidades tendrían que preguntarse por lo que
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significa ser hombre, pues como ya se dijo, no es una categoría dada de
manera natural. Núñez (2017, p. 45) propone entender que:
Según la perspectiva constructivista el “hombre” no es una
esencia de algo, ni un significante con significado transparente, sino
más bien es una manera de entender algo, es una forma de construir
la realidad, y es una serie de significados atribuidos y definidos social-
mente en el marco de una red de significaciones.
Núñez (2017) invita a pensar en lo ontológico del concepto de
hombre, de las dificultades que éste implica, y de cómo es un proceso de
significación entre lo social y lo individual; es un proceso convencional
que modifica las relaciones de los sujetos denominados hombres.
Sin embargo, el autor llama la atención sobre una cuestión fun-
damental: entre las normas de socialización de cómo tiene que ser un
hombre y las formas dominantes de serlo existe una separación, una
distancia. Esto es, un desencuentro entre las expectativas sociales de lo
que tendría que ser y hacer un hombre, y las posibilidades de que estas
expectativas se cumplan a cabalidad. En este espacio de desencuentro
aparecen expresiones distintas determinadas por los tiempos y los espacios
específicos de cada uno de los hombres, a los que para este trabajo se
denomina identidad masculina, en una distinción con las masculinidades
que son las formas de socialización de las que habla Núñez (2017).
Este planteo de distinción entre masculinidades e identidades
masculinas nace del cuestionamiento de Hernández (2017), al considerar
que uno de los problemas teórico-metodológicos de los estudios de los
hombres y las masculinidades es la falta de rigor y de acuerdo respecto
del uso de estos términos, pues no se ha llegado a un consenso de cuándo
usar uno y cuándo otro, o si éstos son sinónimos.
Ante este escenario se retoma la discusión de Berger y Luckmann
(2003) sobre la construcción social de la realidad y, de manera concreta,
el proceso de objetivación y de subjetivación de la realidad, pues permite
realizar distinciones entre la aplicación de estos conceptos.
Para ello se propone comprender las masculinidades como pro-
cesos de institucionalización que van determinando a los sujetos a partir
de pautas convenidas de comportamiento socialmente determinadas.
Esto permite un proceso eficiente de transmisión de las masculinidades
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a través del tiempo, pues no exige la intervención creativa e innovadora
de los sujetos cada vez que se requiera ponerla en juego.
Sin embargo, como lo propone Núñez (2013), existe una distancia
entre los procesos institucionalizados, es decir, las masculinidades y las
formas en que éstas encuentran su expresión desde lo relacional. Esto
último es lo que se denomina identidad masculina, que es la forma en que
este proceso de institucionalización se incorpora, se vuelve subjetividad
y permite a los hombres identificarse como tales, y a los de alrededor
reconocerlos de esta manera.
Es necesario comprender, entonces, que masculinidades e iden-
tidades masculinas no conforman procesos distintos en sí mismos, sino
que pueden ser comprendidos como dos caras de un mismo proceso que
los varones experimentan al ser socializados como hombres y al llevarlo
a la práctica en el contexto social.
A partir del planteo anterior, se propone explorar la identidad
masculina en términos de paternidad y relaciones conyugales, como dos
elementos que dan sentido a la misma en cuanto, según Hall (1996), una
forma de decirse y de ser dicho por los demás, de ser reconocido como
hombre.
Salguero (2006), por su parte, propone ver cómo la identidad
masculina se pone en práctica a partir de la conformación de la familia y
el ejercicio de la paternidad con sus hijos e hijas. Esto se muestra en cómo
los hombres se encargan de la proveeduría económica, a pesar de que sus
parejas también aporten. Este tipo de cambios se pueden identificar en
los hombres del presente estudio, ya que es de corte generacional, lo que
permite dar cuenta de los procesos de cambio a los que están sujetos.
Sin embargo, esta diferenciación en las formas de aportar a la
familia no está exenta de una significación diferencial en términos de
importancia de lo que hacen unos en comparación con otras. La asigna-
ción de espacios de dominio diferentes para hombres y mujeres establece
relaciones desiguales, pues a partir de la mayor importancia reconocida
al trabajo masculino se ofrece un espacio “preferencial” a los hombres,
como la “columna vertebral de la familia” (Salguero, 2006b, p. 165).
La responsabilidad familiar derivada de esta posición de superioridad
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se va constituyendo como un elemento primario en la construcción de
la identidad masculina (Salguero, 2006b).
Esta responsabilidad familiar, encarnada en el proceso de pro-
creación de los hijos, permite y otorga a los hombres padres la condición
de madurez e, incluso, de ser reconocido como hombres, pues al “ser
para otros”, dado a partir del poder proveer (en la mayoría de los casos
de forma económica), otorga el estatus social de ser masculino y adulto
(Rojas, 2012).
Se debe de tener en cuenta que no todas las realidades obedecen a
las mismas formas de masculinidad y de paternidad, pues cada contexto
tiene configuraciones históricas, económicas y sociales específicas. Por
ejemplo, las estructuras familiares, así como las relaciones entre mari-
do, mujer, hijas e hijos, se van modificando en correspondencia con los
cambios que experimenta la sociedad en la cual está inserta esa familia.
Rojas (2012) propone pensar la paternidad a través del cristal de
los cambios que han surgido en el país y que han llevado a modificarla,
y que se presentan en mayor grado en población que vive en entornos
urbanos, que tiene un mayor nivel educativo que la población en general,
así como la masificación del acceso a servicios de salud y de planifica-
ción familiar que impacta en la disminución de la fecundidad, así como
una participación mayor de la mujer en el mundo laboral, aunada a una
precarización de las condiciones de trabajo de los hombres.
En el orden de lo económico, De Keijzer (1998) plantea que
también el deterioro del poder adquisitivo de las familias mexicanas,
así como la migración que en gran medida es de hombres, aunque no de
manera exclusiva, ha derivado en la ruptura de la figura del padre como
proveedor único, aumentando con esto la incorporación de las mujeres
en el ámbito laboral. Otro de los elementos que plantea es el cambio
en la estructura de la familia, derivado de las políticas de planificación
familiar, al existir una reducción en el número de hijos. Además de esto,
las consideraciones sociales derivadas del feminismo como movimiento
político han contribuido al descentramiento del hombre como figura
principal de la familia, compartiendo este estatus con la mujer.
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Como consecuencia de lo planteado hasta aquí, se pueden encon-
trar indicios del descentramiento de la paternidad, sacada de su tradicional
lugar de poder y puesta en entredicho en algunos sectores de la población,
sobre todo, los de nivel socioeconómico medio (Salguero y Pérez, 2011).
Estas críticas han permitido modificar las prácticas de paternidad, las
cuales pueden ser identificadas en la disminución del número de hijos
en las parejas, en una participación mayor de los hombres en las labores
del hogar y en la crianza de los hijos. Estos podrían ser signos claros de
una modificación de las relaciones de poder dentro de la familia. Sin
embargo, se pueden encontrar, como lo plantea Rojas (2012), que, aun en
las generaciones más jóvenes, la figura paterna sigue asociada en mayor
medida con la proveeduría económica, mientras la femenina con el cui-
dado de los hijos y el hogar. También menciona que la masculinidad ya
no se demuestra con una gran cantidad de hijos, sino con la procreación
inmediata después del matrimonio.
Ahora, en tanto a la conformación de la familia y las relaciones
conyugales, Rojas (2012) plantea una aproximación a éstas desde dos
puntos principales que permiten entender cómo se conforman como parte
de la identidad masculina: a) la necesidad de trascendencia mediante el
matrimonio, la proveeduría y la procreación, y b) las percepciones y prác-
ticas sexuales masculinas en el contexto de la unión marital. Cabe aclarar
que no se presenta en el mismo grado en los diferentes contextos, sino
que los factores como el estrato socioeconómico, el nivel educativo y la
generación de pertenencia, así como el contexto urbano o rural, permean
estas características, haciendo que unas aparezcan con mayor intensidad
que otras.
Rojas (2012) también plantea que el matrimonio es visto como
la antesala de la paternidad, y es éste el objetivo de dicha unión. Esta
característica se encuentra en mayor medida en hombres de estratos
socioeconómicos bajos, mientras que, en los estratos socioeconómicos
medios, las relaciones conyugales parecen establecerse con mayor grado
de libertad. A pesar de ello, la vivencia del matrimonio va unida a la
procreación, ya que se podría considerar un absurdo no hacerlo, pues
constituye un deber ser para el hombre (Rojas, 2012), al cual la mujer
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parece no poder negarse. Estos mandatos son socializados a través de la
familia de origen, impuestos por la estructura social específica de donde
se desarrolla dicha familia (Carrillo y Revilla, 2006).
Pero, si como plantea Carrillo y Revilla (2006, p. 111): “La mas-
culinidad gira en el hombre alrededor de esa capacidad de ejercer […]
estrategias de poder y saber”, ¿qué pasa con los cambios en el ejercicio
de la proveeduría compartida?, ¿se ve modificada la identidad masculina
como pareja? Siguiendo el planteo de Salguero (2006b) sobre la cons-
trucción de la identidad masculina, ésta tiene como uno de sus pilares la
capacidad de proveer y cuidar a la familia, incluida la pareja.
Esta capacidad de ejercer poder como elemento fundante de la
masculinidad plantea una interrogante en la relación de conyugalidad:
¿cómo se llegan a arreglos si las condiciones de acceso al poder son dis-
tintas para hombres y para mujeres?
Todo esto lleva a la reestructuración de los acuerdos laborales
dentro del hogar, empujado por el aumento en los niveles educativos,
la precarización de las condiciones de trabajo para los hombres, así
como la incorporación de las mujeres al mercado laboral (Rojas, 2012).
Esto demanda de hombres y mujeres la reelaboración constante de sus
identidades, así como el llevar a cabo nuevas prácticas (Salguero y Pé-
rez, 2011). Dentro de dichas modificaciones se puede encontrar —en
cuanto al papel de proveedor, asociado en mayor medida con el aspecto
económico— una modificación, pues ahora se espera que también sea
proveedor de cuestiones emocionales y cuidados físicos con los hijos, así
como un compañero más comprometido con su pareja, en cuanto a la
crianza (Torres, Garrido y Ortega, 2008).
Abordaje metodológico
El enfoque desde donde se desarrolló esta investigación fue el cualitativo,
pues lo que se buscó fue describir e identificar una realidad construida por
los diferentes actores que intervienen en ella (Hernández, 2014). Además,
desde este enfoque, la investigación es dinámica, pues se mueve desde los
datos a su interpretación y viceversa, permitiendo que la hipótesis y las
preguntas de investigación puedan ir cambiando a lo largo de la explo-
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ración. Estas características facilitan la aproximación al objeto de estudio
tan diverso como la paternidad y las relaciones conyugales.
Así mismo, se planteó el método etnosociológico, como lo propone
Bertaux (2005); es decir, basado en la etnografía para la observación de
los mundos y las relaciones de los sujetos y llevando esta perspectiva más
allá, buscando pasar de lo particular (como lo describe la etnografía) a
lo general, buscando en esos casos, elementos que permitan explicar los
procesos sociológicos de gran magnitud.
A partir de lo anterior, la técnica de recolección/producción de
datos utilizada fue la entrevista a profundidad, que tiene por objetivo la
expresión del individuo sobre situaciones anteriores mediante un proceso
de reconstrucción o recreación (Kahn y Cannell, 1977, en Vela, 2013).
O como Vela (2013, p. 65) la define: “La entrevista es, ante todo, un
mecanismo controlado donde interactúan personas: un entrevistado que
transmite información, y un entrevistador que la recibe, y entre ellos existe
un proceso de intercambio simbólico que retroalimenta este proceso”.
Además, entiendo este proceso de intercambio simbólico como un
proceso de re-inmersión o reconstrucción de la historia de las personas,
en este caso de los hombres, que está expresado con sus propias palabras,
sobre eventos específicos de su propia vida.
En total fueron entrevistados 18 hombres, seis de cada uno de
los tres grupos etarios, el primero de mayores de 70 años, el segundo de
50 a 55 años y el último de 30 a 35 años. En el cuadro I se agrupan los
criterios de inclusión a partir de los que se seleccionaron a los partici-
pantes del estudio.
El seleccionar hombres con estas características específicas permi-
tió un análisis de los cambios, permanencias y resistencias a través de las
generaciones y de los propios casos de manera particular, en las prácticas
y significados que los hombres llevan a cabo.
Para proteger la identidad de los participantes del estudio se
cambiaron algunos datos, como los lugares donde trabajan y los nombres
propios. La forma en la que éstos se designaron fue la siguiente: nombres
con la letra A para los hombres del grupo etario de mayores de 70 años;
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nombres con B para los participantes del grupo de 50 a 55 años y con la
C para los hombres del grupo de 30 a 35 años.
En esta investigación se empleó la entrevista a profundidad desde
la sociología, pues permite una aproximación al mundo social de manera
sistemática (Vela, 2013), a partir de develar los sentidos y los significados
en ocasiones ocultos en la interacción social y buscando cómo en los
casos individuales podemos dar cuenta de los sociales, es decir, pasar de
las explicaciones en lo micro a lo macro, como lo explica Bertaux (2005).
Cuadro I
Criterios de inclusión de los participantes del estudio
Características Características
Edad 30 a 35 años Nivel educativo Mínimo preparatoria
50 a 55 años
Mayores de 70
años
Estado civil
Matrimonio civil Edad de los
hijos
Más de tres años
Matrimonio
civil-religioso
Lugar de
residencia
Colima o Villa de Álvarez,
en el estado de Colima
Cohabitación
Años de
relación de
pareja
Más de tres años
Nivel
socioeconómico
Medio
Elaboración propia.
Por lo anterior, la entrevista a profundidad permite un proceso
de reinmersión o reconstrucción de la historia de las personas, en este
caso de los hombres, que está expresado con sus propias palabras, sobre
eventos específicos de su propia vida.
La información se procesó con la técnica de análisis temático, que
utiliza un corpus de entrevistas en el cual se designan temas y se crean
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categorías con el fin de comparar las respuestas de los participantes y dar
cuenta de las características específicas de cada uno de los casos.
Mieles, Tonon y Alvarado (2012) proponen una serie de pasos
para realizar el análisis temático. Primero, se requiere familiarizarse con
la información recolectada; esto quiere decir, la transcripción, lectura y re-
lectura de ésta, así como de las notas que se hayan tomado para identificar
significados dentro de lo expresado por los participantes. Posteriormente,
los autores proponen desarrollar códigos, que son los elementos significa-
tivos más básicos en la información proporcionada por los participantes.
Esta codificación puede ser realizada de dos formas: inductiva, partiendo
de los propios datos, o de manera teórica, obedeciendo a las teorías que
den forma a la investigación. Para esta pesquisa se utilizaron ambas formas
de construcción de categorías.
Posteriormente, se identificaron los temas: aquello que ‘captura
algo importante de la información en relación con la pregunta de inves-
tigación, representando un nivel de respuesta estructurada o significado
(Mieles, Tonon y Alvarado, 2012, p. 219). Como siguiente paso, se rea-
liza una recodificación con el fin de delimitar los temas y, posiblemente,
encontrar nuevos, buscando no excederse en ellos, pues no es necesario
analizar todos los significados encontrados en la información, sino sólo
aquellos relacionados con la investigación (Bertaux, 2005). Por último, se
realiza la jerarquización de los temas y subtemas para que se permita una
discusión construida a partir de los datos y las teorías que dan sustento
a la investigación.
Análisis de resultados
En este apartado se realiza un análisis de los relatos de los hombres entre-
vistados con relación a lo que ellos identifican como mandato y las formas
en que éstos son incorporados en su identidad genérica. Dicho análisis se
presenta segmentado por grupo etario para identificar las consistencias
y diferencias al interior de cada una de las generaciones.
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Mandatos de la masculinidad para los hombres mayores de 70 años
La conformación de la familia
El primer elemento que se presenta en los relatos de los participantes de
este grupo etario es la familia; esto desde dos vertientes distintas, pues
por un lado aparece la responsabilidad y el respaldo hacia las y los inte-
grantes de la familia, mientras que por el otro aparece la conformación
de este grupo social.
Aarón argumenta que la responsabilidad hacia la familia es algo
que adquirió mediante su educación:
“Ser hombre, en mi caso por la educación que recibí, implica
las responsabilidades de mantener una familia, de guiarlos, de educar-
los, de ser el sostén de esa familia” (Aarón, jubilado, 76 años).
Para Antonio, la conformación de la familia como mandato de la
masculinidad pasa por el respaldo a la familia, como él lo llama:
Yo siento, y sobre todo la familia, que es un compromiso muy
grande, respaldarlos en todo lo que se pueda. Yo siento que así eso
debe de ser, la hombría, no pelear, respaldar a la familia, tratarlos de
ver bien y que ellos sientan un gran respaldo por uno. Yo siento que
así debe de ser un hombre (Antonio, jubilado, 71 años).
El estar al pendiente de los hijos e hijas, como lo llama Aurelio,
es parte de lo que hace un hombre en cuanto a la conformación de la
familia, como lo podemos ver a continuación:
Para mí es tener una familia, hay que tener una familia, hay
que formar una familia; hay que estar al pendiente de los hijos y de
formarlos y de encauzarlos. Todos mis hijos tienen una profesión,
entonces encauzarlos (Aurelio, médico, 78 años).
El respeto también lo podemos encontrar en el relato de Alberto
y cómo este mandato de la conformación de la familia tiene una condi-
cionante: la heterosexualidad:
Yo pienso ahora que el hombre es alguien que junto con su
pareja puede hacer una familia […] debe de ser una persona que respete
a su pareja, a su familia, y tratar de protegerlos en cualquier momento
(Alberto, jubilado, 84 años).
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Ligado al punto de la heterosexualidad, Arturo plantea un esen-
cialismo religioso en cuanto a cómo deberían de conformarse las familias
y, a partir de esto, realiza una crítica a las nuevas modalidades, como él las
llama. Otro de los puntos que resalta en su relato es la función repro-
ductora de seres:
Las nuevas modalidades que están surgiendo en el mundo,
están errados, están errados, porque venimos como pareja, desde lo que
marca mi religión, que Adán y Eva fueron una pareja y de ahí surgió
la prole mundial (Arturo, empresario, 74 años).
A partir de los relatos anteriores, podemos encontrar que la con-
formación de la familia y lo que les toca realizar a ellos dentro de ésta
es parte de los mandatos de la masculinidad, pues permite identificar
los elementos que, desde el imaginario social, son constituyentes de la
masculinidad en sí misma. Se puede ver que, para estos hombres, la fa-
milia es un espacio de proveeduría unidireccional, pues son ellos, como
padres, quienes han de cubrir las necesidades de sus hijos en cuanto a la
educación y, en algunos casos, de afecto.
Resulta interesante la aparición, en los relatos de los hombres de
este grupo etario, de la pareja como base para la conformación de la familia,
que como lo describe Arriagada (2007) es uno de los dos elementos que
refiere como normas para la conformación de la familia como institución,
a saber: la pareja sexual y la filiación. Sin embargo, también he de señalar
que en algunos de los relatos de los entrevistados, la pareja aparece como
uno de los elementos centrales y, en otros, el elemento central es la familia,
y de manera más específica, los hijos e hijas. Esto me lleva a pensar que la
conformación de la pareja es considerada como un paso previo, un proceso
implícito para el cumplimiento del mandato y no es considerado por los
hombres como un objetivo en sí mismo. Ligado con esto, la idea de la
heterosexualidad obligatoria aparece en algunos de los relatos, con lo que
Arriagada (2007) describe como la pareja sexual, y que constituye una de
las tareas que Olavarría (2001) menciona que los hombres han de llevar
a cabo para ser reconocidos como tales: el demostrar la heterosexualidad
a través de la procreación.
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También se puede hacer alusión a la unidireccionalidad desde la
que aparece la familia como institución en los relatos de estos hombres,
pues parece que a ellos ésta no les ofrece o entrega nada. Sin embargo,
no se puede dejar de señalar, junto con Arriagada (2007), que la familia
está constituida sobre una base patriarcal que coloca a los hombres en
una posición de superioridad frente a los hijos, las hijas y la propia pareja.
Esto deja entrever que, al menos en los relatos que aportaron para esta
investigación, los hombres no reflexionan sobre dicha estructura de poder
que subyace en la conformación y desarrollo de sus propias familias.
Los valores de la masculinidad
Otro de los elementos que aparece en los relatos de los hombres de este
grupo etario son algunos valores sobre los que descansa la masculinidad;
por ejemplo, para Antonio el valor que le da sentido a esto es el respeto:
Pues más que nada de los hombres que son hombres, pues…
respeto, que haiga respeto ante todas las personas (Antonio, jubilado,
71 años).
De la misma manera, el respeto también es mencionado por Ar-
mando, con la diferencia de que él sí describe hacia quiénes de manera
más específica:
El respeto a tu esposa, a tus hijos, a tus padres, creo que eso
es lo principal (Armando, jubilado, 72 años).
Resulta interesante cómo Aurelio, en primera instancia, identifica
la responsabilidad como valor, pero de una manera más abstracta, pues
no se dirige hacia nadie, sino como una cualidad casi ontológica de ser
hombre:
Ser hombre… es una, para mí, es una gran responsabilidad,
es una gran responsabilidad (Aurelio, médico, 78 años).
El mismo Aurelio describe otros valores que también conforman
la masculinidad y hacen un proceso de separación entre estos valores
que aparecen en el plano de lo ideal y lo que él mismo ha llevado a cabo,
dejando ver una separación entre el mandato y la incorporación de éste
en su vida:
87
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Bueno, su forma de ser (de los hombres)
1
, o sea, el ser cumpli-
do, trabajador, honrado, honesto […] aunque yo tengo ciertos deslices
por ahí, pero en fin (Aurelio, médico, 78 años).
En lo referente a los valores sobre los que se sostiene la mascu-
linidad como mandato, algunos de los descritos por los participantes
se inscriben en el contexto familiar, pero otros no aparecen inscritos en
alguno en específico, pues parece que tendrían que aparecer en todas las
relaciones que los hombres entablen.
El origen de la masculinidad
Otro de los elementos de la masculinidad como mandato es el origen de
ésta. Para algunos hombres de este grupo etario dicho origen se deriva
de una cuestión divina, como podemos ver a continuación:
Para mí ser hombre es un privilegio que Dios nos ha otor-
gado, primeramente, antes del nacimiento. Sí, […] yo siento y estoy
convencido que él nos mandó a esta tierra para algo, todos y cada uno
tenemos una misión en esta vida (Arturo, empresario, 74 años).
Y también en el relato de Antonio podemos encontrar este ori-
gen divino, pero de una forma indiferenciada con lo que él denomina la
naturaleza:
Pues ya la naturaleza, Dios así me nació, me he sentido bien,
me he sentido a gusto, he hecho una familia de cuatro mujeres, he
vivido bien (Antonio, jubilado, 71 años).
Una de las respuestas de Alberto, nos deja ver que el ser hombre
tienen que ver con un carácter casi accidental, en el que no había repa-
rado antes:
Pues realmente no me había detenido a pensar en eso. La
realidad es que nací así (Alberto, jubilado, 84 años).
La consideración casi accidental de nacer hombre resulta intere-
sante a partir de lo que se muestra en los relatos de estos entrevistados,
pues el tener esta cualidad de nacimiento es por una intervención de algo
previo a este momento, y que sirve como un indicador de una especie
de destino, de una misión, como lo denomina Arturo. Esta tarea queda
1 Paréntesis agregado por el autor.
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Año 1 / Número 1 / Marzo-agosto de 2023
velada en el relato que describe Antonio, pues después de nacer así, el
camino que tomó fue formar una familia.
Resulta necesario comprender que el contexto en el que estos hom-
bres nacen y aprenden a serlo es el Colima de los años de 1940 a 1960, que
estaba experimentando un cambio en términos de educación derivado del
impulso a la educación gestado en la administración de Lázaro Cárdenas.
Esto permitió que los hijos de los campesinos se pudieran integrar a la
educación abriendo posibilidades para una mejor vida. También es nece-
sario comprender que las familias estaban conformadas, en su mayoría,
por padre, madre y de dos a cuatro hijos en Colima capital y en Villa de
Álvarez, en su mayoría, como se reporta en el censo de población de 1950
(INEGI, 1950). Esto configura un horizonte de posibilidad donde los
hombres aprender a partir de sus experiencias el deber ser en términos de
la familia tradicional, las funciones de proveeduría y cuidado, y el lugar
que deben de cumplir dentro de la estructura social.
Se puede ver aquí la articulación entre el mandato y la incorpora-
ción que hacen los hombres que, como ya se ha revisado en este artículo,
la familia y la procreación (Arriagada, 2007) siguen siendo de los aspectos
que se espera que el hombre cumpla para ser reconocido como tal.
La pareja
La pareja también aparece como parte de los mandatos de la masculini-
dad para los hombres de este grupo etario. De manera concreta, aspectos
como la protección y la atención a sus necesidades; por ejemplo, Aurelio
dice que es necesario
Estar al pendiente […] de que a tu esposa no le falte nada
¿verdad? Que tenga lo suficiente, no sólo es comida, sino vestidos,
zapatos, todo eso (Aurelio, médico, 78 años).
Para Armando, a diferencia de Aurelio, no pasa por estar al pen-
diente de las necesidades materiales de la pareja, sino que él lo plantea
de una forma más general:
Estar con tu esposa en todas sus necesidades, no sexuales
nada más, sino en todas sus necesidades (Armando, jubilado, 72 años).
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Alberto plantea que el centro de la masculinidad es el respeto por
el otro sexo, haciendo alusión a la pareja, pues el hombre es
un ser humano que respeta al otro sexo y le da su lugar, no
solamente protección, sino que se sientan a gusto con uno, que se
encuentren satisfechas de la compañía y de tener comprensión hacia
la pareja (Alberto, jubilado, 84 años).
Resulta interesante que para los hombres de este grupo etario
el tema de la pareja no sólo pase por la conformación de ésta, sino que
consideren que parte de los mandatos de la masculinidad debe estar sus-
tentado en el respeto y la atención de las necesidades de la propia pareja.
Esto desborda la idea de que el mandato se basa en la conformación de
la pareja en términos reproductivos y sexuales, como lo proponen algunos
autores (Olavarría, 2001; Arriagada, 2007).
Es necesario poner en contexto para entender la dinámica que han
establecido al interior de sus propias relaciones, pues de los seis entrevista-
dos de este grupo etario, cinco están casados en primeras nupcias y tanto
en lo civil como en lo religioso. Esto permite comprender que no sólo la
conformación de la pareja resulta fundamental, como lo mencionan los
anteriores autores, sino que pasa por el proceso de su institucionalización,
ya sea por medio del Estado o la religión que se profesa.
La heterosexualidad
La heterosexualidad aparece relacionada con la masculinidad en los relatos
de algunos de estos hombres. Por ejemplo, para Alberto, la pareja tiene
que ser heterosexual y cumplir otras funciones como la proveeduría y la
protección:
El hombre es la pareja de la mujer. Pero en aquel tiempo era
el proveedor de la casa, el protector de la familia y en un momento
dado así lo he interpretado (Alberto, jubilado, 84 años).
En el relato de Aurelio se aprecia que, al hablar de las relaciones
sexuales, la heterosexualidad es expresada en términos de obligación:
Desde luego, absolutamente, exclusivamente con damas, con
mujeres, no con hombres (Aurelio, médico, 78 años).
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Arturo plantea un elemento distinto que él considera que hace
a un hombre, y éste se relaciona con las características diferenciales del
cuerpo y el empleo que se hace de éstas:
El hombre debe ser, comportarse como hombre, muy viril,
con todo lo que nos… nace del cuerpo: que el bigote; a la mujer no le
sale bigote; que el pene, ¿sí? A diferencia de la mujer, todo eso tienen
su uso y destino, su uso en general, y su destino que es la procreación
[…]. Entonces ya depende de las costumbres de las sociedades como
se comporten (Arturo, empresario, 74 años).
A partir de los relatos anteriores se puede interpretar que la
heterosexualidad, como uno de los mandatos de la masculinidad, está
ligada al cuerpo y a un, como lo describe Arturo, destino fijado que es
la procreación. Resulta interesante cómo este elemento se encuentra
descrito en las prácticas de pareja ya como un elemento incorporado en
su identidad masculina.
El mandato de la heterosexualidad, tal y como lo denomina Olava-
rría (2001), parece quedar rebasado en los relatos de estos hombres, pues
no sólo hacen referencia a la reproducción, sino a cómo dicho mandato
también genera una división sexual del trabajo basada en las diferencias
anatómicas entre los integrantes de la pareja.
Mandatos de la masculinidad para los hombres de 50 a 55 años
La familia y los valores
La familia también aparece en los relatos de estos hombres como uno de
los mandatos de la masculinidad; sin embargo, a diferencia de los hombres
del grupo etario anterior, no pasa por la conformación de ésta de manera
explícita. Para Bruno, este mandato se ve reflejado en prácticas puntuales
que un hombre ha de llevar a cabo para ser reconocido de esta forma:
El ser hombre viene a formar parte de la… parte básica de la
humanidad que viene siendo el protector, viene siendo el proveedor,
viene siendo el que… tiene la obligación, de acuerdo a esta sociedad
que tenemos, de ser el que vela por la familia, de ser la cabeza de la
familia en todos los aspectos… como mencionaba de proveer y de
cuidar (Bruno, mecánico industrial, 52 años).
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Los mandatos de la masculinidad en hombres heterosexuales de tres generaciones de Colima...
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Mientras que, para Braulio, el ser hombre tiene que ver con el
compartir y el respetar a su familia:
Ser hombre es ser una persona que comparta, que comparta
con su pareja, que conviva con sus hijos, o también convivir con la
familia, gustar de las mismas actividades, respetar de las decisiones
tomadas en acuerdo familiar (Braulio, músico, 51 años).
Para Benjamín, el ser hombre se relaciona con la responsabilidad
y con ser el ejemplo:
Ser hombre para mí es ser, como el puntal de la familia y la
responsabilidad, obviamente ¿cómo te puedo decir? Como el ejemplo
(Benjamín, comerciante, 51 años).
Siguiendo con esta línea de los valores que sostienen a la mascu-
linidad desde lo que relatan los hombres de este grupo etario, se puede
identificar que para Bernardo la responsabilidad y el compromiso son
dos de los que le dan sentido a ser hombre:
Yo creo que el ser hombre implica pues… una gran respon-
sabilidad. Hoy justamente pensaba en eso, en que, pues estamos como
muy comprometidos con muchas cosas, el hombre está comprometido
con muchas cosas, y a veces otras tantas que dejamos de atender. En-
tonces, el ser hombre pues para mí, es pues un compromiso completo
(Bernardo, diseñador gráfico, 50 años).
Y agrega:
Un hombre que es hombre, para mi gusto es el que aprende a
través del tiempo a respetar sus entornos y a vivir con entendimiento
de ellos mismos (Bernardo, diseñador gráfico, 50 años).
Esta cuestión del respeto hacia el entorno se encuentra también
referenciada en el relato de Blas, como el respeto hacia los demás:
Ser hombre es que tenga buenos valores, que respete al pró-
jimo, que respeta a Dios, que respete a sus padres, que haga buenas
cosas (Blas, jubilado, 52 años).
A partir de los relatos anteriores, se puede identificar que los
hombres de este grupo etario consideran el respeto, la responsabilidad y el
compromiso como valores que un hombre ha de llevar a cabo en el contexto
familiar. Esto guarda semejanza con los valores que los hombres del grupo
generacional anterior consideran también como parte de la masculinidad.
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Revista de investigación y divulgación sobre los estudios de género
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El proceso de incorporación que hacen los hombres de este grupo
etario sobre estos valores, como parte del mandato de la masculinidad,
se puede ver en los relatos tanto de Bruno como de Braulio, donde el
primero hace una asociación del ser hombre con el ser padre en términos
de proveedor y cuidador; mientras que el segundo vincula el ser padre
al acto de compartir y compartirse con su familia. Si bien es cierto que
ambos lo expresan en términos abstractos, pues no lo sitúan como algo
que ellos lleven a cabo, resulta interesante ver que las fronteras entre el
mandato y la incorporación de éste en términos de identidad es móvil y
permeable, pues las prácticas como parte de las identidades masculinas
no sólo están determinadas por el mandato de la masculinidad. Además,
están construidas por elementos diversos y, en algunos momentos, hasta
contradictorios, como el que la proveeduría haga sentir padre a uno,
mientras que para otro ésta no guarde ninguna relación con ser papá. A
través de los anteriores relatos podemos identificar el proceso de insti-
tucionalización (Foucault, 1988) relacionado con las funciones del ser
padre mediante la designación de tareas específicas que los hombres han
de llevar a cabo para ser reconocidos como tales.
Sin embargo, a diferencia de los hombres de grupo etario anterior,
los de este grupo crecieron y aprendieron a ser hombres en un contexto
diferente que posibilitó otro tipo de prácticas al momento de ejercer su
paternidad, el Colima de los años 1960 a principios de los años 1980
tuvo cambios en lo educativo, pues si bien es cierto que el acceso a nivel
primaria era prácticamente el mismo para hombres y mujeres, el dato
cambiaba al pasar a post-primaria, pues, según el censo del INEGI (1970),
el porcentaje de hombres que continuaba con sus estudios era mayor, y
esto ofrecía posibilidades de movilidad social y de formación profesional
que los hombres del grupo etario anterior no tuvieron.
También resulta interesante que las parejas de los hombres de este
grupo etario, a diferencia de las del grupo anterior, son económicamente
activas y contribuyen al gasto de sus hogares, pues como lo plantea Keijzer
(1998), hubo un cambio en el orden en cuanto a la proveeduría exclusiva
que ejercían los hombres padres.
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El origen de la masculinidad
Existen otros elementos que los hombres de este grupo etario consideran
como parte del ser hombre; por ejemplo, para Blas el ser hombre viene
dado desde el nacimiento, es decir, existe un cierto esencialismo en lo
que considera ser hombre y, de manera particular, esto no lo considera
como significativo:
Yo creo que porque nací con este sexo nada más. Pero que
tú digas, uno significativo para mí, importante, no, no lo hay (Blas,
jubilado, 52 años).
Lo que relata Blas guarda relación con algunos elementos de los
hombres del grupo etario anterior al considerar que el ser hombre viene
dado de forma ontológica, la diferencia que podemos encontrar entre los
relatos es que Blas no menciona que ser hombre es una cualidad otorga-
da por Dios, sino que parecería más un hecho accidental que para él no
representa mayor significancia.
Varias parejas y el consumo del alcohol como demostración de la masculinidad
Bernardo plantea otro elemento que él observa también en los hombres
y que parece erigirse como mandato, que es el consumo de alcohol como
forma de demostrar la hombría:
pertenezco a varios grupos de amigos hombres, sólo hombres,
que pues se manifiestan a favor de beber ¿no? Yo no tomo ni fumo,
pero sí es como muy notorio que el hombre que es hombre tiene que
tomar los viernes… o los sábados, tiene que salir y manifestarse.
Muchos de mis amigos… manifiestan esa hombría emborrachándose,
¿no? (Bernardo, diseñador gráfico, 50 años).
Un elemento que menciona Benjamín que él observa en el com-
portamiento de los hombres con los que tiene relación es el tener varias
parejas:
Lamentablemente, vuelvo a decirte, los hombres ahora pien-
san que el ser hombres es tener varias mujeres, y yo pienso que esa
parte no, no la comparto. no la comparto (Benjamín, comerciante,
51 años).
Para Benjamín y Bernardo, el comportamiento que ven en otros
hombres, y que ellos no comparten, lo asocian con lo que debería de hacer
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un hombre que sea reconocido como tal, ellos no han incorporado estos
comportamientos como parte de su identidad y es, a partir de esto, que se
puede encontrar una distancia entre el mandato y lo que se incorpora y
expresa, como lo menciona Núñez (2013). Esto muestra cómo la mascu-
linidad como mandato no es integrada de una vez y de manera irreflexiva,
sino que existe la posibilidad de tomar una postura crítica ante ella.
Mandatos de la masculinidad para los hombres de 30 a 35 años
Prácticas en la familia
Los mandatos de masculinidad de los hombres de este grupo etario pasan
por varios lugares, algunos semejantes a los descritos por los participantes
de los otros grupos, algunos otros diferentes. Uno que tienen en común
es la familia, de manera puntual respecto a lo que tiene que hacer un
hombre dentro de ésta. Para Cirilo, el ser hombre es:
En lo personal, significa para mí ser proveedor, resguardador,
cuidador, significa ser el que lleva y apoya a mi pareja en la casa (Cirilo,
jefe de control, 35 años).
En una línea muy parecida, para César el ser hombre se entiende
dentro de la familia como el protector, así lo expresa a continuación:
Si me preguntas qué es lo primero que se me viene a la mente,
pues se me vienen varias cuestiones, como la persona que protege un
hogar o la persona que provee, que da protección, seguridad, este…
para mí eso es ser hombre (César, servidor público, 34 años).
Si bien, para Caín el ser hombre se relaciona con la proveeduría
como mandato, reflexiona que esto no aplica tal cual en la realidad:
De repente pudieran venir ideas como proveedor, como padre
de familia; es que no netamente están relacionadas con el hecho de
la hombría a estas alturas. Está de más decirlo, que evidentemente la
mujer puede ser proveedor (Caín, dentista, 34 años).
Para Camilo, el ser hombre implica fungir como un apoyo para
su familia en diferentes niveles:
En mi familia pues soy esa persona por la cual mis hijos y
mi esposa se apoyan en cualquier situación emocional o de necesidad
(Camilo, profesor de educación básica, 30 años).
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Se puede ver cómo los relatos de estos hombres inscriben los man-
datos de la masculinidad a un contexto familiar y a prácticas concretas que
se espera que los hombres lleven a cabo para que se les pueda otorgar esa
denominación. Resalta la claridad que tienen los hombres de este grupo
etario con respecto a lo que de ellos se espera en cuanto hombres en la
familia. Sin embargo, es necesario poner atención sobre las distancias
que ya en la práctica se llegan a generar. Esto se puede ver en el relato de
Caín, quien muestra la separación entre las masculinidades y la identidad
como incorporación de estos mandatos (Núñez, 2013), pues no pueden
ser una apropiación exacta el uno del otro debido a que las experiencias
a nivel individual hacen que la identidad masculina sea más variable y
adopte elementos contextuales más inmediatos que le permitan sostener
un lugar dentro de la estructura social.
El contexto en el que nacen y aprenden a ser hombres los de este
grupo etario configura espacios de posibilidad distintos en términos de sus
prácticas, por ejemplo, la formación profesional de ellos y de sus parejas
posibilita que en las relaciones de los seis entrevistados aparezca la figura
de la proveeduría compartida, que si bien es cierto aparecía en el grupo
etario anterior, no lo hacía en la totalidad de los casos.
Esto también se puede entender como una posibilidad de igualdad
al interior de las propias relaciones, que permanecen en sus discursos no-
ciones y los colocan como principales proveedores, aunque ya no sólo de
la parte económica, sino que se incorporan también las consideraciones
de cuidado y la parte afectiva en tanto padre y pareja.
Valores de la masculinidad
Ligado con lo anterior, se puede encontrar que los hombres de este
grupo también plantean valores relacionados con los mandatos de la
masculinidad; por ejemplo, Cirilo menciona una relación en términos de
responsabilidad entre el ser hombre y su familia, al decir que el hombre
Es aquel que se hace responsable de sus actos y de su familia
(Cirilo, jefe de control, 35 años).
Mientras que, para César, el ser hombre se asocia al tener palabra,
el no fallarle a la familia:
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¿Qué hace un hombre, hombre? Para mí, no fallarle a la familia
¿no? O sea, tanto a los hermanos, papás; tener como ese sentido de la
palabra. Entrando a lo social, para mí ser hombre debido a los valores
que me inculcaron y que profeso es como tener palabra, no fallar en la
casa, ser, lo que te dije que era ser hombre, pues, el tratar de cumplirlo
de cabo a rabo (César, servidor público, 34 años).
A partir de los relatos de estos hombres se puede decir que existe
una relación entre los valores asociados a la masculinidad para los hombres
de los tres grupos generacionales, y de manera concreta lo relacionados
con ser padre. El valor que suelen compartir es la responsabilidad como
un elemento central no sólo de su práctica, sino de su propia identidad en
cuanto hombres. La incorporación y puesta en práctica que llevan a cabo,
como lo menciona Salguero (2006), tiene que ver con la proveeduría, que
en las generaciones más jóvenes se da ya no sólo desde lo económico, sino
también desde los cuidados.
Conclusiones
A partir de los elementos que se han descrito en este artículo se ha bus-
cado analizar los mandatos de la masculinidad en los hombres de las tres
generaciones de Colima y Villa de Álvarez para identificar los elementos
que son incorporados a su identidad masculina.
Como se muestra a lo largo de estos relatos, las expresiones
asociadas a los mandatos de la masculinidad son variadas dependiendo
de los sujetos y de la generación a la que pertenecen, así como también
existen puntos de coincidencia y elementos que son transversales a las
tres generaciones.
La conformación de la familia como parte de los mandatos de
la masculinidad aparece en los relatos de los hombres de los tres grupos
etarios, que la formación de la pareja como un paso previo no aparece
como parte de este mandato, sino que parece darse como una cuestión
implícita en este proceso. Rojas (2012) plantea que es necesario pensar
la paternidad a partir de los cambios sociales y económicos, tales como
el aumento en el nivel educativo o la incorporación de las mujeres al
mercado laboral. Esto configura espacios de posibilidad diferentes en las
generaciones más jóvenes y que las anteriores no tuvieron.
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Otro de los elementos que no aparece como tal en los relatos es la
idea de ser padre, sino sólo como ejercicio, es decir, mediante la educación
o el cuidado, pero no como una concepción previa. por lo que queda de
manifiesto que la paternidad sigue siendo, para los hombres del estudio,
un elemento que permite identificarse como hombres adultos, y que los
demás los reconozcan de esta manera (Salguero, 2006).
Esto muestra que, si bien la conformación de la familia es uno de
los espacios que tanto hombres como mujeres han de ocupar, no se tiene
el mismo nivel de implicación, pues como lo dice Bruno en uno de sus
relatos: “El hombre puede engendrar, pero la mujer puede procrear”. Esto
también configura prácticas de conyugalidad y de paternidad-maternidad
diferentes para hombres y para mujeres.
Otro de los elementos que se encontraron fueron los valores
sobre los que descansa la masculinidad para los tres grupos etarios: la
responsabilidad, sobre todo relacionada con la paternidad y la familia. En
la incorporación de este valor se puede ver cómo transita por diferentes
lugares dependiendo de la generación a la que se esté haciendo referencia.
Por ejemplo, para los hombres mayores de 70 años, ésta pasa por brin-
darles a los hijos guía y educación, de lo que algunos hacen referencia
a que sus hijos e hijas ya tienen una carrera profesional; mientras que,
para los hombres de 50 a 55 años, la responsabilidad con las y los hijos va
más encaminada hacia darles un buen ejemplo. Para el grupo de 30 a 35
años, la responsabilidad aparece en menor medida como mandato ligado
a la paternidad. Como lo plantea Salguero (2006b), los hombres siguen
ocupando un lugar preferencial dentro de la familia, pues se les sigue
considerando como la columna vertebral, a pesar de que la proveeduría
económica sea compartida. Esto aparece más en el orden de lo simbólico
desde donde los hombres siguen asumiendo que su función principal en
la familia y con la pareja es ésa.
Uno de los elementos que apareció en el grupo de mayores de
70 años y en uno de los de 50 a 55 años, y que se diluyó en los de 30 a
35 años es el del origen de ser hombre. Los del primer grupo etario está
asociado a una figura, en unos casos Dios y en otros la naturaleza, que
decide y otorga estas condiciones marcando de alguna forma el destino
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que ha de seguirse. Esto marca una consideración interesante en términos
de que, si es algo regalado o que viene más allá de la propia existencia, es
algo permanente y, por lo tanto, inmutable. Esto no hace más que afirmar
la noción de los espacios rígidos para hombres y mujeres, así como las
posibilidades que estos espacios configuran.
A partir de dar cuenta de los mandatos que para estos hombres
conforman la masculinidad, ésta se puede identificar como una red de
mandatos y presenta una consistencia que parece resistir el paso del
tiempo, pues se pueden ver elementos compartidos por los tres grupos
etarios. no significa que no haya cambiado desde mediados del siglo
pasado hasta nuestros días, sino que los cambios son lentos, pues parece
que la cualidad de la masculinidad de ser transmitida de generación en
generación es eficiente, a grado tal que resiste el paso del tiempo.
Núñez (2013) plantea que entre las masculinidades y su expresión
existe una distancia, un espacio de diferencia que ofrece la posibilidad
de dar cuenta de los cambios que se han venido dando con el transcurrir
del tiempo, y a la vez nos permite ver que los mandatos de género en
términos de expectativas, prácticas y significados implican un proceso
reflexivo complejo y profundo que nos posibilite una modificación de
la estructura social y las relaciones de poder que la sostienen de cara a
buscar una sociedad más equitativa para todas las personas.
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Eudes Jairo Medina Mendoza
Mexicano. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Colima.
Profesor en la Universidad de Colima. Líneas de investigación: estudios
de género de los hombres y las masculinidades.
Correo electrónico: jairo_medina@ucol.mx
Beso a color | de Francisco Palacios Olmos