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Volumen 2 / Número 3 / marzo-agosto de 2024
Investigación
GénEroos
Volumen 2/número 3/marzo-agosto de 2024/ pp. 88-118
ISSN-L 2992-7862
DOI: RevGenEr.2024.03.03
CC BY-NC-SA 4.0
“Si mañana soy yo, si mañana no vuelvo,
destrúyelo todo. Emociones y género en
mujeres activistas en México
“If tomorrow its me, if tomorrow I don’t come back, destroy
it all”. Emotions and gender in womens mexican collectives
Tommaso Gravante
ORCID: 0000-0003-1168-931X
Alice Poma
ORCID: 0000-0001-8755-6893
Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México
Recepción: 15/03/23
Aprobación: 11/01/24
Resumen
El objetivo del artículo es analizar cómo
las emociones de las mujeres activistas
mexicanas son construidas, tanto por el
género como por el contexto sociocul-
tural. La teoría de la acción aplicada en
esta investigación se basa en entender las
emociones como construcciones socio-
culturales (Hochschild, 1979, 1983) y en
aplicar diferentes tipologías que resultan
útiles a la hora de analizarlas, y que llegan
a sentir (Jasper, 2018). A lo largo del texto,
Abstract
The aim of the article is to analyze how
Mexican women activists’ emotions are
constructed by gender and sociocultural
context. The theory of action applied
in this paper is based on understanding
emotions as sociocultural constructs
(Hochschild, 1979, 1983) and on applying
different typologies that have proven very
useful when analyzing the various emo-
tions that activists come to feel (Jasper,
2018). Along the article, we will discuss
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Gravante, T.; Poma, A. | Pp. 88-118
Introducción
E
n el estudio de los movimientos sociales, a partir de los años no-
venta del siglo XX, se ha desarrollado una corriente que incorpora
el análisis de la dimensión emocional en las experiencias de protestas, la
cual se consolida con los años debido al trabajo de varios investigadores.
Esta línea de investigación en el campo de estudio de los movimientos
sociales ha vuelto a poner al centro del análisis a los sujetos y sus accio-
nes (Jasper, 1997, 2018; Taylor, 2010), complementando las perspectivas
estructurales, y no sólo reconocer la importancia de las emociones en
la protesta, sino y, sobre todo identificar las más relevantes y sus
implicaciones en cada proceso que acompaña la protesta (véase Poma y
Gravante, 2017a). Como escribe Jasper (2018, p. 9): “Los estudiosos de
los movimientos sociales han reconocido las emociones emparejando la
palabra con términos familiares, pero debemos ir más allá especificando
las emociones concretas que operan en todos estos”.
Una importante aplicación de este enfoque es analizar la relación
entre emociones, género y políticas en colectivos de mujeres o feministas
(Taylor, 1989, 1996, 1999; Taylor y Whittier, 1992, 1995; Taylor y Rupp,
1993, 2002; Taylor y Leitz, 2010; Reger, 2004, 2007, 2018; Whittier,
2021; Poma y Gravante, 2016a, 2017b, 2019; Gravante y Poma, 2017),
discutiremos cómo las activistas mexicanas
dan forma a sus emociones morales, como
el miedo, el dolor y la ira, y algunas estrate-
gias de trabajo utilizadas para manejarlas,
así como la forma en que interactúan con
compromisos afectivos, como el amor, la
hermandad y la confianza. Concluiremos
discutiendo algunos patrones en el cambio
de la cultura emocional de la nueva genera-
ción de las activistas que están rompiendo
reglas del sentir de género.
Palabras clave
Emociones, reglas del sentir, trabajo
emocional, activismo feminista, cultura
emocional.
how Mexican female activists shape their
moral emotion, such as fear, pain and
anger, and some emotion work strategies
used by women activists to manage these
emotions; showing how these emotions
interact with affective commitments,
such as love, sisterhood, and trust. We will
conclude discussing some patterns we are
observing in the change in the emotional
culture of the new generation of activists
which are breaking some gender feeling
rule.
Keywords
Emotions, feeling rules, emotion work,
feminist activism, emotional culture.
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o donde las mujeres juegan un papel importante, como el movimiento
LGBTTTIQ+ (Gould, 2009), los movimientos de víctimas (Whittier,
2001, 2018; Bayard De Volo, 2006; Gravante, 2018, 2020; Gravante y
Poma, 2016, 2019), los conflictos socioambientales (Krauss, 1993; Gra-
vante y Poma, 2015; 2018; Poma y Gravante, 2015, 2016b, 2016c, 2017c;
Poma, 2017) o la actual ola del activismo climático donde las mujeres
superan, en gran medida, a los hombres entre los participantes (Gravante
y Poma 2020; Poma y Gravante, 2021).
Estas investigaciones se han apoyado en la propuesta teórica de
Hochschild (1975, 1979, 1983), quien considera a las emociones como
una construcción sociocultural y, por lo tanto, cambiante en función del
contexto social y de la temporalidad histórica, superando de esta forma
la visión organicista y universal. Por ello, aunque encontramos algunos
patrones de género en los resultados de las investigaciones sobre el tema
en diferentes países, al cambiar el contexto sociocultural cambia también
el proceso de construcción de las emociones; por ejemplo, la construcción
del miedo, la apropiación de la rabia, la superación de la vergüenza en las
mujeres activistas puede cambiar si nos situamos en EE. UU., Europa,
México, India, China u otro país.
A ello se suma que, como mostró Hochschild (1979), todos los
sistemas sociales se caracterizan por una serie de normas o reglas estructu-
rales de disciplina social, jurídica y económica, pero también por una serie
de reglas del sentir feeling rules necesarias para consolidar el mismo
sistema. Estas reglas, según la autora, siguen diversos patrones, como el
de clase social, jerarquía y género, y también cambian dependiendo del
contexto cultural en el que viven las personas.
El objetivo del presente artículo es mostrar la construcción de las
emociones por parte de mujeres activistas en México; aunque algunos
de los procesos analizados en este texto ya fueron estudiados por autoras
como Taylor, (1996), Witthier, (2001), Reger, (2004) y la misma Ho-
chschild (1979), consideramos relevante su comprensión en el contexto
del feminismo mexicano, el cual, además, está viviendo un proceso de
radicalización, como ocurre en otros países latinoamericanos (Ventura,
2022; Muñoz-Saavedra, 2019; Rovira, 2018).
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Se basa en la experiencia de investigación de una década con
colectivos en México, cuyas protagonistas han sido las mujeres y, para
analizar la dimensión emocional de estas experiencias, mostramos cómo
se construyen algunas, por ejemplo las consideradas morales, como el
miedo, la vergüenza, el duelo, la tristeza, la rabia y el ultraje, entre otras
(Jasper, 1998, 2011, 2018), en función del contexto sociocultural mexi-
cano y algunas estrategias de trabajo (Hochschild, 1979, 1983) que las
activistas han desarrollado para manejar sus emociones incómodas o
desafiar las reglas del sentir dominante. Al analizarlas, mostraremos cómo
éstas interactúan con los vínculos afectivos amor, amistad, respeto y
sororidad que caracterizan al feminismo mexicano (Larios, 2021,
2023). Antes de presentar la discusión de los resultados introduciremos
las herramientas teóricas utilizadas, presentaremos brevemente el diseño
metodológico que ha caracterizado estas investigaciones y contextuali-
zaremos la cultura machista mexicana y sus reglas del sentir dominantes.
Resultados
Emociones, reglas del sentir y trabajo emocional: la propuesta de Hochschild
La propuesta teórica de Hochschild (1975, 1979, 1983) se fundamenta en
el hecho de que las emociones son una construcción sociocultural y, por
lo tanto, cambiante en función del contexto social y de la temporalidad
histórica, superando de esta forma la visión organicista y universal.
Esta propuesta resultó importante desde un enfoque sociológico:
primero, se diferencia de la visión psicológica que considera las emociones
como estados internos individuales y biológicos; segundo, el individuo es un
ser consciente y activo con relación a sus emociones, a diferencia de Freud,
para Hochschild la dimensión consciente del sentir humano es central para
comprender sus acciones e interacciones; tercero, a diferencia de Goffman,
las personas no solamente son capaces de tener una actuación superficial
—y manifestar de esta manera los sentimientos más oportunos y acordes
con la situación, sino que, además, pueden llevar a cabo una actuación
profunda de sus propios sentimientos; es decir, cada persona puede evocar,
manejar o encauzar una determinada emoción para adecuarse o desafiar
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las reglas del sentir de su propia sociedad y rompe con el dualismo entre
emoción y cognición, considerando que en todo proceso cognitivo está
involucrada la dimensión emocional y viceversa, es decir, cada quien piensa
en sus emociones y siente con base en sus pensamientos.
Dos de los conceptos centrales en la propuesta teórica de Hochs-
child son el manejo emocional y las reglas del sentir. El punto de partida
es que nuestros sentimientos no siempre están en armonía con las expec-
tativas sociales y culturales sobre lo que es correcto y cómo expresarlo.
Por lo mismo, a veces podemos avergonzarnos de un sentir equivocado o
moralmente inaceptable, como la envidia hacia el éxito de una persona
querida, o nos pueden decir que estamos exagerando en la expresión
de una emoción, o que no tenemos derecho a sentirla. Para acotar este
desfase, en la vida cotidiana cada quien realiza lo que Hochschild (1979,
1983) llama manejo emocional; es decir, la capacidad de reflexionar sobre
las emociones y transformarlas a través de un proceso de canalización,
evocación o supresión. Este manejo reviste un papel importante en los mo-
vimientos sociales, en cuanto a que permite manejar sentimientos como
el miedo (Goodwin y Pfaff, 2001; Flam, 1998; Poma y Gravante, 2018)
y transformarlo en rabia (Jasper, 1997), la vergüenza en orgullo (Gould,
2009; Groves 1997), el dolor en rabia y la rabia en dolor (Summers-Effler,
2010), o la canalización de la rabia en empoderamiento (Reger, 2004).
El concepto de regla del sentir ha sido aplicado no solamente en
la sociología de las emociones, sino también en la sociología y psicolo-
gía del trabajo, de la salud y en el estudio del cuidado, así como de los
movimientos sociales (Groves, 1997; Jasper, 1997; Reger, 2004; Flam,
2005; Gould, 2009; Summers-Effler, 2010; Gravante y Poma, 2018).
Las reglas del sentir nos indican qué emoción es apropiada para cada
situación, cómo expresarla, cuándo, hacia quién y con qué intensidad
(Hochschild, 1975), lo cual claramente depende del contexto social, cul-
tural e histórico; y abarcan todas las estructuras y dimensiones sociales,
desde la vida cotidiana por ejemplo, que en un funeral debemos sentir
o por lo menos expresar duelo y tristeza; en una boda, alegría y júbilo; en
Navidad, expresar bondad y compasión; etcétera, hasta dimensiones
políticas y sociales más amplias, como tener que mostrar admiración o
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temor hacia las autoridades o personas que se encuentran en las clases
sociales más altas, y en el caso de sociedades patriarcales las mujeres tienen
que expresar temor y respeto hacia los hombres.
Claramente, las reglas del sentir se vinculan también a la ideolo-
gía y las creencias políticas del sistema social, por ejemplo, en el sistema
capitalista y neoliberal hay dos significativas: tener estima y respeto hacia
los ganadores, los ricos, los famosos; y desprecio hacia los perdedores, los
pobres, etcétera. Sirven para legitimar y fortalecer el actual sistema social,
y son definidas en este artículo como reglas del sentir dominantes.
La investigación de Hochschild (1975) evidenció, además, que las
reglas del sentir dominantes siguen también patrones de género, depen-
diendo del contexto cultural en el que viven las personas. Por lo tanto, en
sociedades con una cultura patriarcal y machista, como México, es fácil
encontrarlas, tanto para hombres como para mujeres. En el cuadro 1 se
presentan algunos ejemplos, según los patrones de género que podemos
encontrar en la sociedad mexicana.
Cuadro 1
Ejemplos de reglas del sentir según los patrones de género
Emociones en las mujeres Emociones en los hombres
Apropiadas Sancionadas Apropiadas Sancionadas
Compasión Rabia Rabia Dolor
Tristeza Ultraje Indignación Miedo
Dolor Orgullo Orgullo Compasión
Ansiedad Indignación Duelo Ansiedad
Miedo Odio Ultraje Vergüenza
Fuente: Elaboración de los autores.
Cuando una persona expresa públicamente una emoción que so-
cialmente se considera inadecuada al contexto, por quién es o por cómo
la manifiesta, puede ser sancionada; por ejemplo, con un reproche verbal
o una llamada de atención no verbal, hasta llegar a la burla, la exclusión
social o la medicación, como ocurrió en el pasado en los casos de histe-
ria diagnosticada a algunas mujeres. Estas sanciones también las viven
activistas que reivindican emociones como la rabia, el orgullo o la indig-
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nación y que, por lo mismo, son tachadas por cierto sector de la sociedad
como brujas, histéricas, locas, lesbianas bigotudas o feminazis. A pesar
de ello, una de las estrategias de los movimientos sociales contemporá-
neos, a partir del movimiento feminista, es desafiar las reglas del sentir
dominantes. En la misma línea, Flam (2005) propuso los conceptos de
emociones cementadoras (cementing emotions), como el miedo o la lealtad,
que fortalecen el sistema de dominación y que son contrarrestadas por
emociones contrasubversivas (contrasubversive emotions), como el odio
o la rabia que se generan en los movimientos sociales para debilitar el
sistema de dominación.
Por todo lo anterior, consideramos que el desafío de las reglas del
sentir dominantes y la emergencia de otras nuevas, que podemos definir
contrahegemónicas, representan procesos políticos extremamente impor-
tantes que convendría analizar para comprender los cambios culturales
que se dan, tanto fuera como dentro cada movimiento social.
Las emociones como variables de análisis en la protesta: la propuesta de Jasper
En el campo de estudio de los movimientos sociales, James M. Jasper
desarrolló una teoría que pone al centro del análisis al sujeto y a la cultura
comprende emoción, cognición y moral, y ofrece un marco analítico
que permite superar no sólo la visión fisiológica de las emociones, sino
también los límites de los enfoques culturales que reducen los significados
que los seres humanos construyen a partir de su experiencia a esquemas
cognitivos, narrativos, ideológicos y de interpretación.
Aunque el autor desarrolla su teoría para comprender múltiples
dimensiones de la protesta, entre las cuales destaca la dimensión estratégica
(Jasper, 2006), nos centramos en la categorización analítica de las emociones
seguidas durante más de dos décadas (Jasper, 1998, 2018), permitiendo a
muchos investigadores sistematizar las identificadas en los diversos casos
de estudio. Esta categorización demuestra ser útil para comprender los
múltiples efectos que pueden llegar a sentir las y los activistas, superando
el límite de trabajar con una categoría única y homogénea.
Proponer características con las cuales distinguir diferentes sen-
tires permite también superar el límite que representan las etiquetas
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emocionales; es decir, aquellas palabras para nombrar lo que sentimos.
Como afirma también la psicóloga constructivista Feldman (2017), las
personas construimos casos de emoción que cambian con el contexto y que
podemos nombrar con la misma palabra, por ejemplo, rabia, aun siendo
sentimientos diferentes. Las categorías de Jasper permiten superar los
límites de lo que Feldman define como el analfabetismo emocional, que
se manifiesta en la dificultad que tenemos para expresarlo con palabras.
Gracias a la aportación de Jasper, el análisis de la dimensión emocional
en el estudio de los movimientos sociales ha podido desarrollarse adqui-
riendo mayor rigurosidad a la hora de comprender qué siente el sujeto,
hacia quién o en qué contexto, y qué impacto tiene en la acción política.
Las cinco tipologías que Jasper (2018) propone para su análisis en
la protesta son: impulsos, emociones reflejo, estados de ánimo, vínculos
afectivos y emociones morales. Estas tipologías se diferencian por: 1) el
grado de procesamiento cognitivo, mayor en las emociones morales, como
la rabia moral, el ultraje, el orgullo, la vergüenza o la indignación; 2) la
duración, las emociones reflejo son más rápidas, mientras que las morales o
los compromisos afectivos necesitan tiempo para construirse y cambiar; 3)
ser o no dirigidas a un objeto, como son los estados de ánimo, la esperanza,
la ansiedad, la depresión, etcétera, que resultan de la interpretación del
contexto por parte del o la sujeto, y muchas veces no se pueden atribuir
solamente a un evento o información.
Analizar la dimensión emocional de la protesta implica identifi-
carlas no sólo a partir de sus etiquetas, sino también de sus características
podemos identificar una rabia reflejo o primaria, pero también una
rabia moral o una tristeza reflejo como estado de ánimo. Junto a ello,
también se puede analizar cómo las diferentes categorías interactúan
entre sí; por ejemplo, un estado de ánimo desagradable puede cambiar
gracias a la interacción con personas hacia las cuales existen compromisos
afectivos agradables. En este sentido, Poma y Gravante (2017c) muestran
las emociones que fortalecen e interactúan con el compromiso afectivo
hacia el territorio, en un caso de activismo socioambiental en México.
El análisis de la dimensión emocional de la protesta permite, bajo
esta perspectiva, determinar que el rol principal en la acción política de
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los movimientos sociales no son primarias como se ha considerado
durante siglos, asumiendo que las personas que participan en protestas
compartían problemáticas de rabia, odio o frustración, las cuales reflejan
problemas psicológicos, sino las que tienen un alto grado de procesa-
miento cognitivo, como las emociones morales, que son de aprobación o
desaprobación incluyendo a nosotros mismos y nuestras acciones,
y que se basan en principios o intuiciones morales de larga duración y
estrictamente entrelazadas con los valores y sus principios morales.
En este texto decidimos enfocarnos en las emociones duraderas:
las morales, y a los compromisos afectivos, ya que consideramos que
estas categorías permiten comprender la relación que hay con el género,
en las mujeres activistas en México, y la construcción de una cultura
contrahegemónica.
Estructura social y cultura emocional
En este último apartado del marco teórico introducimos el concepto de
cultura emocional, definida como una dimensión o una parte del común
de una sociedad, constituida por: a) un conjunto de rituales y creencias
alrededor de las emociones y reglas del sentir dominantes (Hochschild,
1979, 1996); b) un régimen que favorece o prohíbe determinadas expresio-
nes y reglas del sentir (González, 2012) en varios contextos sociales. Con
la cultura emocional se puede apreciar cómo algunas son evaluadas como
deseables o indeseables y cómo algunos vínculos sociales son priorizados
respecto de otros (Hochschild, 1996; Gordon, 1990).
Por ejemplo, en la cultura patriarcal en México, la que respecta
al amor romántico está acompañada por una serie de creencias, rituales,
reglas del sentir y un régimen de sentimientos que involucra desde mani-
festaciones violentas de rabia e indignación hasta el feminicidio (Ramírez,
2005); en las mujeres destaca la culpa, la vergüenza, la resignación, la
inferioridad y las creencias de posesión sobre la pareja (véase Ilouz, 2012).
Además, la cultura mexicana es emocional, porque prioriza los vínculos
entre los hombres (son ellos quienes sufren de amor) o con los hijos
varones, y banaliza todo tipo de vínculo entre mujeres (Ramírez, 2020).
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Como destacaremos en la parte conclusiva del texto, las activistas,
además de promover el desafío de las reglas del sentir dominantes y las
nuevas reglas del sentir, están también desafiando la cultura emocional
machista mexicana y favoreciendo la emergencia de una nueva.
Método y datos
Los resultados del presente artículo se basan en investigación de los
últimos diez años; desde 2013, investigamos el papel de las emociones
en distintos procesos que caracterizan el activismo en México, como el
proceso de movilización y organización, la formación de la identidad
colectiva, el empoderamiento y el burnout o agotamiento.
El trabajo de sistematización realizado para este texto se centró en
identificar algunos patrones de género en la construcción sociocultural de
las emociones morales y los vínculos afectivos en mujeres pertenecientes
a colectivos feministas, en defensa del territorio, de búsqueda de desa-
parecidos y en el reciente activismo climático. Estos patrones, que serán
presentados a lo largo del análisis, nos permiten contribuir al objetivo de
esclarecer la relación entre emociones, género y política.
Todas las investigaciones se fundamentan en un diseño metodo-
lógico cualitativo, las técnicas principales de recolección de datos fueron
la entrevista cualitativa semiestructurada con corte narrativo, junto a la
historia de vida episódica y los grupos focales. Sólo en las investigaciones
sobre el activismo climático se utilizó la técnica de la encuesta en marchas
y un seguimiento en las protestas por el clima en Ciudad de México.
Además de las entrevistas que proporcionan el material biográfico
analizado, el diseño de investigación incluye la etnografía digital, el se-
guimiento y contacto con los grupos algunos desde 2010, como en el
caso del colectivo feminista de Oaxaca, visitas informales durante las
cuales pudimos asistir a sus actividades, participar en actividades lúdicas
y políticas, y realizar talleres con los miembros de los grupos.
En cuanto al uso de diferentes técnicas de investigación y los datos
que éstas nos pueden proporcionar, podemos aseverar que los miembros
del colectivo se sintieron libres de expresar sus emociones durante las
entrevistas, pero en los momentos colectivos surge una dificultad que
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ellos mismos reconocen, como hablar de forma colectiva sobre el manejo
del miedo a la represión o del agotamiento, por lo cual realizamos varios
talleres con los grupos. Finalmente, si bien las entrevistas en profundidad
son la técnica más adecuada para explorar el sentir individual y los procesos
socioculturales de la acción política, los momentos colectivos como los
grupos focales y los talleres son útiles para triangular la información
que emerge de las entrevistas y ayuda a que surjan las reglas del sentir
del grupo, así como para dialogar con las y los sujetos a propósito de los
resultados.
El tipo de activismo analizado es principalmente urbano, desa-
rrollado en las zonas metropolitanas de Ciudad de México, Oaxaca y
Guadalajara. Algunas de las entrevistadas se caracterizan por vínculos
familiares como hermanas, parejas, madre e hijo, y en algunos grupos
las activistas conviven en la misma casa. Hay que contextualizar que en
México es mucho más común, que en países europeos y en EE. UU., tener
núcleos familiares enteros, muchas veces constituidos por generaciones
de mujeres,
1
quienes participan en los colectivos, especialmente cuando
hablamos de conflictos en defensa del territorio o contra la contaminación,
donde una comunidad entera y sus familias se ven afectadas.
Las entrevistadas cubren todas las generaciones que van desde
los veinte y pocos años hasta las que tienen más de setenta, el grado de
escolaridad va desde la secundaria o equivalente hasta estudiantes de
posgrado y doctoras ya tituladas. Entre las activistas hay estudiantes,
maestras, amas de casa, trabajadoras informales, empleadas y jubiladas.
El análisis se desarrolla de las investigaciones centradas en las
emociones de estas experiencias. En el cuadro 2 presentamos el tipo de
activismo que hemos considerado para este texto, las publicaciones en
que se han presentado los resultados y que son tomadas en consideración
por el siguiente análisis.
1 Según datos del Instituto de Estadística y Geografía de México (INEGI, 2022), en México
hay cuatro millones 180 mil hogares con padres ausentes; es decir, más del 40% de los hoga-
res mexicanos.
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Cuadro 2
Tipo de activismos y resultados de investigación tomados para el análisis
Activismo feminista
Poma y Gravante, 2017c, 2019
Gravante y Poma, 2017
Activismo socioambiental
Poma y Gravante, 2015, 2016a, 2016b, 2016c,
2017b, 2018
Gravante y Poma, 2015, 2018
Poma, 2017, 2019
Activismo de desaparecidos
Gravante y Poma, 2016, 2019
Gravante, 2018
Gravante, 2020
Activismo climático
Gravante y Poma, 2020
Poma y Gravante, 2021
Fuente: Elaboración de los autores.
El contexto social mexicano
Para comprender cómo se desarrolla la construcción de las emociones
en las activistas es importante destacar algunos aspectos socioculturales
ignorados por el lector extranjero. A pesar de los avances que ha tenido
la sociedad mexicana por las luchas sociales, como el movimiento es-
tudiantil, el zapatismo, el movimiento feminista y el LGBTTTIQ+, la
cultura mexicana se caracteriza por ser patriarcal y machista, con fuerte
conservadurismo, racismo, clasismo y determinismo religioso (Arteaga,
2010; Incháustegui, 2014; Martínez y Díaz del Ángel, 2021); dichos as-
pectos de una forma u otra son transversales en todas las clases sociales,
instituciones y partidos políticos (Martínez y Díaz del Ángel, 2021).
Todo esto se manifiesta en la sociedad con una violencia estructural
y cultural que abarca tanto las instituciones como la familia, las relacio-
nes de pareja y con otros seres vivientes no humanos. Las principales
víctimas de esta cultura son las mujeres, quienes todavía son cosificadas,
consideradas objetos de propiedad, y cuyas vidas valen menos que las de
los hombres. En 2021, a nivel nacional, más del 70% de las mujeres de
quince años y más del 70.1% en general han experimentado al menos un
episodio de violencia, que puede ser psicológica, económica, patrimonial,
física, sexual o discriminación (INEGI, 2021). Ningún lugar es seguro
100
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para las mujeres en México, más del 27% de mujeres sufrieron algún
tipo de violencia en el lugar de trabajo, el 25% en una institución escolar
y cuatro de cada diez antes de cumplir 15 años sufrieron algún tipo de
violencia (emocional, física o sexual) en su propia familia (INEGI, 2020).
Claramente, el clasismo y racismo estructural de la sociedad mexi-
cana hace que los datos se recrudezcan cuando hablamos de mujeres de
las clases sociales baja y media, y peor aún de mujeres indígenas, muchas
de las cuales no hablan el español, sino su propia lengua (INEGI, 2020);
a esto se suma que cada día son asesinadas 11 mujeres, cifra de la cual
apenas un 24% es investigado por feminicidio. La mayoría de las mujeres
asesinadas casi siempre pertenecen a las clases sociales desfavorecidas,
en cuanto están más sujetas a frecuentar ambientes potencialmente pe-
ligrosos para ellas, como el transporte público, las maquiladoras, etcétera,
a diferencia de las mujeres de clase media-alta. En México otro tipo de
violencia es la desaparición forzada. En los cuatro años de gobierno del
presidente Andrés Manuel López Obrador han desaparecido en México
más de 38 mil personas; es decir, en promedio 26 al día.
México ocupa el segundo lugar a nivel mundial en desapariciones,
con más de 100 mil personas, secundando a Irak; el 24.7% de los casos
nacionales corresponde a niñas y mujeres, desaparecidas y no localizadas
(IMDHD, 2022). Se puede entender que la desaparición de mujeres
y niñas en México es una expresión de la violencia feminicida y tiene
graves repercusiones para la sociedad. Este escenario pone de manifies-
to que México es un país donde ellas sufren cotidianamente cualquier
tipo de violencia, o viven con el miedo a experimentarla; por lo tanto, el
activismo femenino se podría insertar en una forma reconocida de par-
ticipación democrática para hacer política, y de alto riesgo. La represión,
las amenazas, el hostigamiento o el miedo a desaparecer puede provenir
no solamente de los cuerpos represivos del Estado mexicano o de las or-
ganizaciones criminales y paramilitares, sino también por parte de gente
común y corriente que no está conforme con los grupos de protesta y sus
alternativas sociales.
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Cuadro 3
Principales emociones morales y vínculos afectivos observados en los
colectivos mexicanos de mujeres
Emociones morales
Emociones Dirección y objeto
Miedo
Preocupación
Ansiedad
A la violencia, tortura, violación y desaparición de ellas, sus compañeras o
sus seres queridos
A caminar por las calles de noche, en el transporte público, etcétera
A los múltiples efectos de la crisis socioambiental y climática, en sus
territorios, sus cuerpos y sus seres queridos
A perder lo que aman: un territorio, una comunidad, un estilo de vida, un
ser querido, su libertad o su salud
Dolor
Tristeza
Por los desaparecidos
Por las mujeres asesinadas
Por la destrucción de los territorios
Rabia Hacia las autoridades
Hacia los hombres que abusan
Hacia la policía
Por ver limitada su libertad (de movimiento, de vestir, etcétera)
Por ser consideradas personas de segunda categoría en el ambiente de
trabajo, doméstico, escolar, etcétera
Ultraje
Indignación
Hacia las autoridades que tendrían que enfrentar el problema de la
violencia de género
Orgullo
Felicidad Moral
Satisfacción
Por los objetivos alcanzados
Por estar luchando a pesar de todo
Por no dejar solas a otras mujeres
Vínculos afectivos
Emociones Dirección y objeto
Amor
Cariño
Sororidad
Admiración
Conanza
Hacia ellas mismas
Hacia otras mujeres
Hacia la naturaleza
Hacia el trabajo de otros movimientos y colectivas
Desconanza Hacia las autoridades
Hacia los hombres (en general)
Hacia grupos corporativos y partidistas de mujeres
Desprecio Hacia los hombres que abusan
Fuente: Elaboración de los autores.
102
Revista de investigación y divulgación sobre los estudios de género
Volumen 2 / Número 3 / marzo-agosto de 2024
Análisis
La construcción de las emociones por parte de las mujeres activistas en México
Siguiendo el enfoque sociocultural para analizar las emociones en las
experiencias de protesta, presentaremos los datos recabados con relación
a género y política en activistas mexicanas.
El primer paso es identificar las más relevantes, que, como ya
mencionamos, se organizan en dos categorías: emociones morales y
compromisos afectivos. Sucesivamente, se muestra qué las genera o hacia
quiénes son dirigidas, y qué efectos pueden tener en la movilización o en
la experiencia de las activistas. Este trabajo permite superar los límites
que se presentan al etiquetar las emociones, convirtiéndolas en objetos
abstractos, descontextualizadas y desconectadas de quienes las sienten.
A continuación, presentamos la discusión de estos resultados para
contextualizar cómo las activistas mexicanas construyen estas emociones,
sus efectos en el activismo y las estrategias de manejo emocional para
evitar los efectos incómodos.
“El miedo tiene que cambiar de bando
2
Respecto a las mujeres en México, el primer miedo que se observa es el
que se genera al vivir en un país con once feminicidios diarios la mayoría
de los cuales quedan impunes, junto con la posibilidad de ser violadas
o desaparecidas. Este miedo se siente al hacer actividades cotidianas sin
estar acompañadas, como caminar en la calle por la noche, correr en un
parque, ir en transporte público, etcétera; y se construye sabiendo que
la cultura machista considera el cuerpo de las mujeres como un objeto,
propiedad de los hombres. Dicho miedo genera además preocupación
y ansiedad, no sólo a lo que les puede pasar en primera persona, sino
también a sus seres queridos, como hijas/hijos o compañeras.
Los compromisos afectivos, como el amor filial o las emociones
recíprocas hacia las compañeras de un colectivo o movimiento, fortalecen
el miedo moral, enmarcando la posibilidad de que le pase algo violento a
2 Los subtítulos de este apartado son lemas reivindicados por distintos grupos de base en México.
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“Si mañana soy yo, si mañana no vuelvo, destrúyelo todo. Emociones y género...
Gravante, T.; Poma, A. | Pp. 88-118
otra mujer, como una amenaza inaceptable y una injusticia. Este marco
de interpretación permite comprender por qué el miedo a sufrir violencia
o abuso, en el caso de las activistas mexicanas, no sólo no paraliza, sino
que, además, ha radicalizado parte del movimiento feminista y moviliza
a millones de mujeres en todo el país.
Con la intención de mostrar cómo interactúan las emociones
reportamos, a modo de ejemplo, la experiencia de una estudiante
3
que,
en plática informal, nos explicó cómo sintió miedo al encontrarse sola
en un autobús en la noche y, simultáneamente, rabia moral porque con-
sideraba injusto tener que sentir ese miedo. Además, también alimenta
sentimiento hacia los hombres percibidos en muchas ocasiones como
posibles agresores o cómplices de desconfianza o de desprecio hacia los
abusadores, explica la difusión de la corriente del feminismo separatista,
sobre todo entre las nuevas generaciones.
El movimiento y las colectivas feministas en México dedican
energía a generar estrategias de manejo de este miedo, organizando
cursos de autodefensa o difundiendo material de propaganda con lemas
como las calles y la noche también son nuestras” o nos toca a nosotras,
saquemos la rabia y perdamos el miedo”.
A este miedo construido por la situación de violencia que viven
las mujeres en México se suma el de la represión por la posibilidad
de ser asesinadas, desaparecidas, torturadas, etcétera que sienten las
activistas. A diferencia del de sufrir violencia, el miedo a la represión
lo sienten tanto hombres como mujeres, aunque cabe destacar que los
hombres no son propensos a manifestar las emociones de forma pública,
mientras las mujeres tienen menos problemas a hacerlo y a compartirlas.
El miedo a la represión puede ser reflejo por una acción o evento
de protesta, y debe ser manejado para no huir; también puede ser moral,
cuando es construido cognitivamente a partir de la experiencia y las
expectativas o cuando se asocia con la idea de que el sistema represivo
del Estado es injusto y abusivo. El miedo a la represión genera vínculos
3 En el curso que impartimos en nuestra universidad sobre emociones y movimientos sociales
es común que estudiantes den ejemplos de lo que sienten y cómo los construyen, como par-
te del proceso de aprendizaje.
104
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Volumen 2 / Número 3 / marzo-agosto de 2024
afectivos, como la desconfianza o el desprecio, así como otras emocio-
nes morales, como la rabia hacia la policía. Es interesante observar, en
este sentido, que en el movimiento feminista hay quienes respetan a las
policías mujeres, por un sentimiento de sororidad, mientras que otros
grupos o colectivos, normalmente las más radicales, las desprecian al
igual que a los policías hombres. Esta diferencia ha generado fricciones
en las diversas corrientes del movimiento, las cuales se entienden no sólo
desde una mirada cognitiva, sino también analizando las emociones que
se construyen hacia diferentes actores.
El miedo, por lo general, se analiza como una emoción desmo-
vilizadora, y puede resultar acertado cuando es tan intenso (terror) que
paraliza o que lo que está en juego sea fundamental, como la vida de un
ser querido, por ejemplo; también paraliza cuando es asociado a otras
emociones, como impotencia, desesperanza o resignación. Por lo mis-
mo, las activistas feministas invierten energía en no dejar sola a ninguna
persona, compañera o ser querido, y a cultivar la esperanza y evitar la
resignación. Este manejo emocional se puede hacer de muchas maneras:
cultivando las emociones recíprocas haciendo de la sororidad una regla
del sentir del movimiento y sancionando la envidia, organizando con-
vivios comidas, fiestas o involucrando a las nuevas generaciones en
las actividades de las colectivas, partiendo de la idea de que la violencia
se erradica a través de la educación y la transmisión de valores.
Como afirmaron algunas activistas feministas en la ciudad de
Oaxaca, el miedo que paraliza es el miedo al miedo”, entonces hay que
aprender a convivir con él, sin dejar que nos paralice. Asimismo, explica-
ron que una de las motivaciones principales para constituir el grupo de
autodefensa fue superar el temor a salir solas a la calle, a ir al cine, en los
antros, en los conciertos; es decir, el grupo emergió para evitar un terror
paralizador que estaba limitando su libertad y amenazaba su estilo de vida.
El ejemplo anterior muestra que no siempre paraliza, como tam-
bién hemos observado el miedo a perder lo que se ama, sea un bosque,
un territorio o un estilo de vida (Poma, 2017; Poma y Gravante, 2016b).
Una vez más, podemos mostrar que el miedo interactúa con los compro-
misos afectivos, ya que, por ejemplo, en los conflictos socioambientales
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el apego que se construye con un lugar influye en la construcción del
temor a perderlo.
El miedo se puede construir a partir de las experiencias de vio-
lencias vividas o de las expectativas que tienen las mujeres activistas, y se
maneja a través de técnicas cognitivas, corporales y expresivas, como lo
muestra Hochschild (1979).
Una de las técnicas cognitivas más difundidas en el activismo es
el marco de injusticia (Gamson, 1992); es decir, cuando éste se construye
alrededor del agravio sufrido, y enmarcar la violencia como una injusticia
permite a las mujeres romper con la condición de víctimas, una condición
que Feldman (2017) identifica como un patrón de género y que es aso-
ciado a la expresión del miedo, al punto de que cuando no es expresado
en un juicio contra una mujer abusada y en su lugar ella expresa rabia,
puede cambiar el resultado de la sentencia. El marco de injusticia permite,
además, manejar otras emociones morales, como la canalización de la
vergüenza en orgullo.
En la cultura conservadora mexicana, quien protesta es percibido
como una persona antisocial, vaga, revoltosa o que por capricho quiere
romper el estatus quo, sobre todo cuando quien protesta son personas de
clases populares, minorías o mujeres. El estigma asociado con la protesta y
la acción política es un factor que frena el proceso de movilización, sobre
todo en las personas más jóvenes y en aquellas que tienen poca experiencia
política. A esto se añade que, si la persona activista es mujer, el proceso
de estigmatización y acoso aumenta gracias a la cultura patriarcal, lo cual
ayuda a comprender por qué muchas mujeres activistas se han separado
de sus compañeros o maridos, o tengan relaciones tensas con familiares
y conocidos. Esto muestra, una vez más, cómo interactúan las emocio-
nes, ya que la expresión de una emoción moral, como el orgullo por ser
parte de un movimiento, puede llegar a romper compromisos afectivos
construidos previamente.
Para concluir, uno de los resultados de nuestras investigaciones es
que el miedo nunca se supera. Las activistas entrevistadas nos comentaron
más de una vez que éste se “conlleva”; es decir, aprendes a vivir con ello,
y se maneja a través de prácticas colectivas de cuidado para evitar que
106
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paralice. También pudimos mostrar cómo, a veces, genera rabia moral,
cuando se considera injusto tener que sentirlo; esta rabia es dirigida hacia
los responsables del agravio, que en el caso de las activistas mujeres es
el sistema patriarcal quien lo legitima, como los hombres que abusan de
mujeres o las autoridades que no actúan para enfrentar la violencia.
A continuación, trataremos otras emociones que se generan en el
contexto de violencia estructural y cultural presentes en México: el dolor
y la tristeza. Éstas también pueden ser reflejo o morales, según el contexto
y, lamentablemente, se han convertido en un elemento constitutivo de
muchos movimientos sociales, así como mostró Gould (2009) que pasó
en la pandemia de sida de los años 1990 en EE. UU.
“Este dolor mueve rabia
Los grupos de familiares que buscan a desaparecidos es de los movi-
mientos sociales que más se caracterizan por el dolor y la tristeza. En
los movimientos de víctimas, como comúnmente se definen, las mujeres
pueden ser las que han sido desaparecidas o también las esposas, madres,
hijas, hermanas, etcétera, de los desaparecidos. El dolor y la tristeza por
la desaparición de un ser querido, al igual que el miedo, pueden volverse
emociones movilizadoras, y tienen que ser manejadas para que no generen
resignación, depresión o desesperación, entre otras.
Los estudios sobre movimientos de víctimas han demostrado que
en muchas ocasiones las mujeres han sido capaces de construir redes de
apoyo y solidaridad alrededor del dolor y la tristeza, como ha pasado en
los casos de las Madres de Plaza de Mayo en Argentina o las Madres
de los Héroes y Mártires de Nicaragua, esta última es una organización
social sandinista compuesta por mujeres que han perdido hijas e hijos en
la revolución (Bayard De Volo, 2006).
El dolor y la tristeza son politizadas por las mujeres activistas que
aplican el lema: “Lo personal es político”, a emociones con las que se
nos educa a vivir y expresar exclusivamente en la esfera individual. Esta
colectivización del dolor impide sucumbir a la experiencia de la desapa-
rición de un ser querido, la cual nunca se supera, y evita el agotamiento
de las buscadoras.
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También hemos observado este proceso de politización del dolor y
la tristeza en la nueva ola del movimiento feminista que ha caracterizado a
América Latina, incluyendo México. El dolor y la tristeza por la violencia
que sufren las mujeres se expresan y reivindican de forma pública, y han
sido el centro de performances, canciones, etcétera, en los grupos de base
que hemos podido observar. El dolor, en particular, es una emoción que
ha permitido ampliar el círculo del nosotros” (Gravante, 2020) a otras
mujeres víctimas de feminicidios, sin que éstas sean parte del colectivo o
sólo sean conocidas, y que se puede ver reflejado en el lema: “Si tocan a
una, nos tocan a todas”. El dolor por cada mujer abusada, violada, asesinada
o desaparecida es politizado y se convierte en una emoción que fortalece
y amplía la identidad colectiva (Taylor y Whittier, 1992; Whittier, 2021),
pero también radicaliza el compromiso en las activistas convirtiéndolo en
una verdadera obligación moral (Zamudio, 2023), justificando su propia
participación de: “Por todas las que ya no están”. Este tipo de estrategia
evita el agotamiento de las activistas, ya que la politización del dolor
aligera el desgaste de convivir con el dolor de manera individual y evoca
la esperanza de que otras mujeres estarán protestando si no estás, idea
que se resume en el lema: “Si mañana me toca a mí, quiero ser la última”.
Por último, queremos destacar que el dolor y la tristeza también
están presentes en otras formas de activismo, aunque el objeto al cual
se dirige la emoción no sea un ser humano. En nuestras investigaciones
sobre el activismo socioambiental hemos podido constatar cómo activistas
de ambos géneros expresan dolor y tristeza por los otros seres vivientes,
como árboles y animales que sufren las consecuencias de la degradación
ambiental o de la crisis climática, así como expresan dolor y tristeza por
el territorio y sus recursos saqueados y contaminados. En este contexto
se han desarrollado conceptos como solastalgia (Albrecht, 2019) o dolor
climático (Running, 2007), que, aunque sean emociones que no responden
a patrones de género en las encuestas y entrevistas que hemos realizado,
comprobamos que en las activistas o defensoras del medio ambiente
expresan públicamente de manera más común este dolor, y admiten, in-
cluso, llorar o haber llorado en público al ver la imagen de un oso polar a
la deriva o de un bosque en llamas. Los hombres tienden a expresar más
108
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rabia en respuesta al dolor que sienten o hacerlo en un círculo cerrado,
entre activistas, pero no públicamente. Esto se comprende si pensamos que
mientras el dolor por la desaparición o el duelo por la muerte de un ser
querido son emociones cuya expresión no es sancionada en los hombres,
la relacionada hacia otras especies es en México todavía menospreciada
y ridiculizada. Vemos así que la misma emoción puede ser legitimada o
sancionada según hacia quién esté dirigida.
Compartir el dolor es una estrategia diseminada en México para
ampliar el círculo del nosotros y construir la identidad, en palabras de
Gould (2009, p. 50): “[de una] comunidad bajo ataque”, tanto así que
el movimiento zapatista en 2014 lanzó un mensaje al movimiento en
solidaridad con las víctimas y desaparecidos de Ayotzinapa, que era: Tu
dolor es nuestro dolor. Tu rabia es nuestra rabia” (Gravante y Poma, 2019;
Gravante, 2020). A continuación, abordaremos la discusión alrededor de
la rabia moral en las activistas en México.
“Defender la alegría, organizar la rabia
La rabia, la indignación y el ultraje han sido identificadas como las emo-
ciones morales más comunes en el proceso de movilización (Jasper, 2018).
Es importante distinguir entre rabia reflejo y moral, porque la
primera ha sido empleada como la emoción que caracterizaba la protesta
en las teorías clásicas sobre el comportamiento de las masas; sin embargo,
existe una forma más compleja de rabia, estrechamente vinculada a los
procesos cognitivos que determinan en función de nuestros valores
lo que es justo y lo que no. Esta rabia que Jasper (2018) definió moral, es
la que los zapatistas en México han llamado la “digna rabia”.
Si para los activistas hombres la manifestación de estas emociones
resulta socialmente aceptada (véase tabla 1); para las mujeres, la expresión
de éstas conlleva a un proceso de empoderamiento (Poma y Gravante,
2016c), ya que para sentirlas y, sobre todo, expresarlas públicamente tienen
que desafiar las reglas del sentir dominante y enfrentar las sanciones. De
hecho, en las marchas del 8 de marzo (8M) de los últimos años, en varias
ciudades de México en las que hubo pintadas en monumentos y actos
considerados vandálicos por la prensa, el movimiento contestó con lemas
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como: “Ningún monumento vale más que la vida de una mujer”. Para las
activistas, la indignación que expresan autoridades y ciudadanos frente
a sus acciones no es legítima, considerando que estos mismos actores no
se indignan por el asesinato de once mujeres al día en el país. Una parte
del movimiento considera la expresión de la rabia (moral) por la violencia
contra las mujeres como una manifestación de apoyo contra la resignación
y la normalización de la violencia estructural, tanto que en las marchas
se pueden observar carteles con consignas como: “Si mañana soy yo, si
mañana no vuelvo, destrúyelo todo”.
La rabia es una emoción movilizadora y capaz de generar alta ener-
gía, sobre todo en las manifestaciones públicas; es resultado de un manejo
emocional de otras sensaciones incómodas, como el miedo, la vergüenza
o el dolor (Gould, 2009); no obstante, también es manejada, sobre todo,
cuando su expresión puede perjudicar la lucha o generar represión. Es el
caso, por ejemplo, de las mujeres de un grupo ecologista que defiende un
bosque en Guadalajara, quienes narraron cómo tuvieron que suprimir su
rabia frente a la tala de una parte del bosque por parte de una empresa
constructora para evitar la represión y estigmatización del grupo con la
consecuencia de perder el apoyo vecinal (Poma y Gravante, 2018). La
supresión de la rabia es desgastante, genera frustración e impotencia, y
las activistas la sobrellevan buscando desahogarse en un ambiente seguro,
por ejemplo, llorando o gritando cuando no están frente a sus enemigos.
Las activistas aprenden así a sacar la rabia para enfrentar el miedo o
para evitar que el dolor las paralice, a suprimirla cuando puede perjudicar
su lucha o al colectivo, a compartirla para fortalecer la identidad colectiva
y el empoderamiento, y a equilibrarla para evitar el agotamiento, orga-
nizando prácticas que generan unión y alegría, como comidas colectivas,
fiestas, bailes o de forma más reflexiva con grupos de discusión, en los
cuales cada una expresa sus emociones (Poma y Gravante, 2018).
La satisfacción, la alegría o la felicidad son centrales para sobrellevar
el miedo, el dolor y la rabia, presentados en este análisis. Hemos observado
en muchos grupos que las mujeres activistas son las principales promotoras
de actividades como el canto, el baile y otras formas de disfrute colectivo
que ayudan a sobrellevar el peso de las luchas, sobre todo, cuando son lar-
110
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Volumen 2 / Número 3 / marzo-agosto de 2024
gas y dolorosas (Larios, 2021, 2023). A veces, en los colectivos mixtos, las
activistas crean espacios de confianza para compartir lo que sienten o están
viviendo entre mujeres, y para enfrentar posibles acosos o comportamientos
machistas por parte de los compañeros de lucha.
Las actividades que evocan estas emociones también contribuyen
a fortalecer otras recíprocas entre activistas, lo cual a su vez tiene un efecto
de ampliación del compromiso. Reivindicar la alegría se ha convertido así
en una forma de resistencia frente a un sistema que genera dolor y miedo.
Conclusiones
A lo largo del artículo hemos visto cómo las mujeres activistas mexicanas
construyen sus emociones a partir del contexto sociocultural. Se puede
apreciar que respecto de los movimientos feministas del norte global
existen patrones comunes, como la rabia o el miedo moral; sin embargo, la
violencia estructural y cultural que caracteriza al contexto mexicano hace
que la construcción y la intensidad de estas emociones sean diferentes.
En los grupos investigados hemos observado que las activistas, al
cuestionar el sistema patriarcal y machista mexicano, también lo hacen
a su cultura dominante, y como destaca Hochschild: “Un cambio en la
estructura social requiere un cambio en la cultura emocional” (Hochs-
child, 1996, p. 20).
La nueva ola de activismo feminista es la que más está desafiando
la cultura emocional dominante, convirtiendo compromisos afectivos
como la sororidad, la compasión o la confianza en herramientas de lu-
cha (Guenther, 2009). Esta nueva cultura emocional que emerge de las
prácticas de las activistas no se limita a legitimar la expresión de la rabia
u otras emociones sancionadas en las mujeres, sino que aspira a cons-
truir una sociedad donde la solidaridad, el apoyo mutuo, la sororidad y
el respeto sean las bases de nuevas relaciones sociales, libres de cualquier
forma de violencia.
A esto se añade que las nuevas generaciones están poniendo en
discusión los roles de género, ampliando sus grupos a mujeres transgénero
y, obviamente, enfrentándose también al conservadurismo de una parte
del movimiento feminista mexicano. Las nuevas generaciones de activistas
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también están poniendo en discusión su relación con la naturaleza y los
animales no humanos, ampliando las emociones dirigidas a otras mujeres,
como el amor, la compasión y el respeto hacia todos los seres vivientes.
La emergencia de una nueva cultura emocional entre las activistas
se refleja en el cuestionamiento de aspectos de la vida que, hasta ahora,
han sido considerados intocables por la sociedad mexicana, como la ma-
ternidad desde la crianza feminista hasta el derecho al aborto y la no
maternidad, las aspiraciones laborales, la heterosexualidad, la monoga-
mia, la salud mental y el especismo. Es interesante, por ejemplo, ver cómo
estos temas se cruzan de manera interseccional en movimientos sociales
como el climático (Gravante y Poma, 2020; Poma y Gravante, 2021).
Analizar el activismo de las mujeres en México nos permite ver
cómo se pone en discusión y se desafía la cultura emocional hegemónica.
Aunque sea muy pronto para comprender qué tipos de impactos culturales
se pueden generar a mediano y largo plazos, lo que ya se puede conocer
son los impactos biográficos en las mujeres activistas y, en general, en
las generaciones más jóvenes, así como un cambio en la cultura política
de estos grupos que, a diferencia de los movimientos sociales que los
precedieron, están poniendo la esfera emocional al centro de la arena de
la lucha política.
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Tommaso Gravante
Italiano. Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Pablo de
Olavide de Sevilla. Investigador del Centro de Investigaciones Inter-
disciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM). Líneas de investigación: emociones y
movimientos sociales.
Correo electrónico: gravante@ceiich.unam.mx
Alice Poma
Italiana. Doctora en Ciencias Sociales y Medio Ambiente por la Uni-
versidad Pablo de Olavide” de Sevilla. Investigadora del Instituto de
Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM). Líneas de investigación: emociones y movimientos sociales.
Correo electrónico: apoma@sociales.unam.mx
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Revista de investigación y divulgación sobre los estudios de género
Volumen 2 / Número 3 / marzo-agosto de 2024
Wendy López en Plaza Regina, Xalapa. Fotografía de Gina Collins y Luis Calavera López