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Año 1 / Número 1 / Marzo-agosto de 2023
Las construcciones sociales de género asociadas
a la telenovela El Otro lado del paraíso
Social Constructions of Gender Associated with the Telenovela
El otro lado del paraíso
Rosalie Carasa Álvarez
Investigadora independiente
Niurka González Escalona
Universidad de La Habana, Cuba
Recepción: 6/01/22
Aprobación: 03/08/22
Resumen
Los medios de comunicación constituyen
elementos clave en la socialización de
construcciones sociales de género. Desde
las dimensiones de estereotipos, roles,
identidad de género y relaciones de poder
se identifican las construcciones sociales
de género reproducidas en uno de los
productos comunicativos audiovisuales
más consumidos por un grupo de estu-
diantes de la escuela primaria Francisco
Vales, Sancti Spíritus (Cuba), durante el
curso 2019-2020, la telenovela El otro
lado del paraíso. Esta es una investigación
descriptivo-analítica con una metodología
cualitativa. Se emplearon cuestionarios,
grupos de discusión y análisis de contenido.
Los resultados corroboran la existencia de
Abstract
Mass media is the key element in the so-
cialization of gender social constructions.
From the dimensions of stereotypes, roles,
gender identity and power relations, the
social constructions of gender reproduced
are identified in one of the audiovisual
communicative products most consumed
by a group of students of the Francisco
Vales Elementary School, Sancti Spíritus
(Cuba), during the 2019 -2020 school year,
the soap opera El otro lado del paraíso/The
Other side of Paradise. This is a descriptive-
analytic work of research with a qualitative
methodology. Questionnaires, discussion
groups, and content analysis were used.
The results corroborate the existence of
essentially traditional gender constructions
GénEroos
Volumen 1/número 1/marzo-agosto de 2023/ pp. 138-170
eISSN 2992-7862
DOI: RevGenEr.2023.1.05
CC BY-NC-SA 4.0
Investigación
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Las construcciones sociales de género asociadas a la telenovela El otro lado del paraíso
Carasa Álvarez, R.; González Escalona, N. | Pp. 138-170
Introducción
El género es una construcción sociocultural que comienza a formarse
desde edades tempranas, ocurre a través de procesos de socialización
generadores de un sistema de aprendizaje basado en la transmisión
cultural de tradiciones, costumbres, normas y valores. Éste se instituye a
partir del conjunto de normas y prescripciones dictadas por la sociedad
y la cultura sobre el comportamiento femenino y masculino. De ahí que,
al integrar una construcción social, lo que significa ser mujer y hombre
varía de acuerdo al contexto sociocultural en la que se halla inmerso y se
encuentra mediado por agentes socializadores, tales como la familia, la
escuela, los grupos, la religión y los medios de comunicación, entre otros
factores (Conway, Bourque y Scott 2013).
Los medios de comunicación constituyen representaciones de la
realidad que transmiten el legado cultural, muestran patrones hegemó-
nicos y conforman identidades. Contienen valores sociales y supuestos
ideológicos que los convierten en espacios de constitución de identidades y
productores de sentidos. Desde sus relatos, imágenes, narrativas y códigos,
se proyectan patrones culturales hegemónicos, dominantes o alternati-
vos en una sociedad (Barbero, 1995). La apropiación que consumidores
infantes hacen de productos comunicativos mediáticos, al constituir una
audiencia de receptores activos y agentes sociales, pudiera vincularse
con la conformación de sus construcciones de género, una vez que dicho
grupo etario dedica gran parte de su tiempo libre al consumo mediático.
Numerosas investigaciones, desde diversas disciplinas dentro de las
ciencias sociales, se han apropiado de la Teoría de Género y la Teoría de
construcciones de género esencialmente
tradicionales en productos comunicativos
mediáticos.
Palabras clave
Construcciones sociales, consumo me-
diático, género, infancia, medios de
comunicación masiva.
in media communicative products.
Keywords
Social constructions, media consumption,
gender, childhood, mass media.
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la Comunicación con el fin de lograr una sociedad mucho más equitativa,
sin discriminación ni violencia de género. Estos temas, tan presentes en
las agendas sociales dentro de la comunidad científica y organizaciones
no gubernamentales, han visibilizado inequidades y asimetrías de género
en diferentes esferas de la vida social. Si bien se ha avanzado en la erra-
dicación de dichas desigualdades, aún queda mucho por lograr en una
sociedad donde los preceptos androcentristas, patriarcales y machistas
pugnan por mantener su hegemonía.
En esta investigación se emplea una metodología cualitativa, la cual
utiliza un enfoque descriptivo-analítico para identificar las construcciones
sociales de género reproducidas en uno de los productos comunicativos
más consumidos por escolares de la escuela primaria “Francisco Vales”
durante el curso 2019-2020: la telenovela El otro lado del paraíso. Para
esto se tuvieron en cuenta las dimensiones siguientes: relaciones de poder,
identidad de género, roles y estereotipos. El plantel está ubicado en la
comunidad de Mayajigua, municipio Yaguajay en la provincia de Sancti
Spíritus.
Carrasco, Mendonça y Binder (2017-2018) en la telenovela El otro
lado del paraíso reflejan la vida de Clara, una muchacha que se enamora
de Gael, quien va transformando la vida de ella en un infierno cuando él
evidencia su carácter temperamental, violento, abusivo y sexista. Su suegra,
una mujer manipuladora y ambiciosa, genera un plan para deshacerse de
la protagonista y expropiar su riqueza. Clara decidirá vengarse de todas
las personas que la dañaron.
Antecedentes y fundamentación teórica
Entre 1970 y 1980 el movimiento social feminista comienza a teorizar
la categoría de género como vía de reflexión de los determinantes de las
relaciones diferenciadas entre los sexos. Aspectos como las asignaciones
de roles y funciones de género, sus variaciones de acuerdo con los signifi-
cados simbólicos atribuidos, contextos, momentos históricos, regulaciones,
prescripciones sociales y estructuras de poder, formaron parte de esta
etapa de producción teórica y académica. Desde que surgió, este término
se asoció al sexo oprimido, es decir, al femenino, así como al binarismo
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sexo/género, varón/mujer, que dejó en evidencia cómo las diferencias
biológicas entre los sexos se traducían en determinaciones sociales desde
condiciones asimétricas dentro del orden jerárquico.
Gayle Rubin (2013) estudió la génesis de la opresión y subor-
dinación de la mujer desde la antropología cultural y el psicoanálisis.
Demostró que el origen de estos sistemas de sujeción no estaba ligado
directamente al sistema capitalista, sino que era una herencia cultural de
otras formaciones económicas sociales donde se evidenciaban expresiones
sexistas y patriarcales.
El sistema sexo/género es un conjunto de disposiciones por el
cual la materia prima biológica del sexo y la procreación humanas son
conformadas por la intervención humana y social y satisfechas en una
forma convencional, por extrañas que sean algunas de las convenciones
(Rubin, 2013, p. 44).
Es decir, son arreglos por los cuales una sociedad transforma la
sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en los que
estas necesidades sexuales transformadas son satisfechas, lo que deviene,
a su vez, en un producto social. Su intento de situar a la mujer en un
contexto histórico-cultural determinado permitió superar la categoría
mujer desde la ahistoricidad y atemporalidad.
Mujeres y hombres son diferentes biológicamente, pero no cons-
tituyen dos categorías mutuamente excluyentes o en oposición natural,
como se ha intentado mostrar. La diferencia sexual no puede traducirse
en desigualdad social. “La identidad de género exclusiva es la supresión
de semejanzas naturales” (Rubin, 2013, p. 59). Dicha supresión requiere
reprimir los rasgos que se asocian a lo femenino en un varón y a los rasgos
que se asocian a lo masculino en una mujer, de modo que el género se
transforma en un chaleco de fuerza.
La historiadora Joan Scott (2002; 1992) analiza las construcciones
de significado y relaciones de poder mediante la teoría postestructura-
lista y el feminismo contemporáneo. Cuestiona las categorías unitarias y
universales de carácter histórico en conceptos que suelen tratarse como
naturales, como hombre y mujer; o absolutos, como la igualdad o la justicia.
“El género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas
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en las diferencias que distinguen los sexos y […] es una forma primaria
de relaciones significativas de poder (Scott, 2002, p. 32).
Marta Lamas (2013, p. 12) define el género como un “sistema
de relaciones culturales entre los sexos, una construcción simbólica, es-
tablecida sobre los datos biológicos de la diferencia sexual”. Se refiere a
los papeles sexuales, cuya génesis supuestamente se concibe por la divi-
sión del trabajo sustentado en la diferencia biológica, descritos desde la
perspectiva cultural a través del cuestionamiento de su universalidad y de
las comparaciones transculturales cambiantes en cada contexto, aunque
insiste en las diferencias entre lo considerado femenino y masculino, y el
estatus subordinado de la mujer. Son construcciones culturales asignadas
en función de la pertenencia a un género, modificables, que permiten
desentrañar el origen de la opresión femenina y descartar cuestiones
naturales de su sujeción.
La biología per se no garantiza las características de género. No
es lo mismo el sexo biológico, que la identidad asignada o adquirida. Si
en diferentes culturas cambia lo que se considera femenino o masculino,
dicha asignación es una construcción social, una interpretación social
de lo biológico (Lamas, 2013, p. 110-111).
La adquisición del género comprende un complejo proceso indi-
vidual en donde experiencias, ritos y costumbres se articulan alrededor de
un sistema de aprendizaje. Esta concepción coincide con los postulados
de Simone de Beauvoir en El segundo sexo, donde plantea que las caracte-
rísticas humanas consideradas como femeninas son adquiridas mediante
un complejo proceso individual y social, en detrimento de la concepción
biologicista. “No se nace mujer: se llega a serlo (de Beauvoir, 1975, p.
87). La distinción entre sexo y género permitió excluir el determinismo
biológico como causa inevitable de la opresión de las mujeres.
Por su parte, Mead (1961), en su obra Sex and Temperament in Three
Primitive Societies, ratifica la idea de que el género es un concepto cultural y
no biológico, por lo que puede variar ampliamente en contextos diferentes.
Conway, Bourque y Scott (2013) consideran al género como un
fenómeno cultural inmerso dentro del sistema social e individual, mediado
por la autoridad a través de la normatividad social y la compleja interacción
de instituciones económicas, sociales, políticas y religiosas. Estas normas
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se transmiten mediante el lenguaje y todo un universo simbólico que
establece representaciones sociales de lo femenino y masculino.
Se establece un consenso alrededor de la comunidad científica
donde prevalece una visión culturalista del género. Las investigadoras
antes mencionadas establecen las diferencias entre sexo-género y lo
biológico-social; definen el género como una construcción sociocultu-
ral variable de acuerdo al contexto en que se desenvuelve; reafirman la
inexistencia de modelos únicos de feminidad o masculinidad y de una
categoría universal de mujer. Revelan las desigualdades genéricas donde
la mujer históricamente ha estado en desventaja y subordinada al hombre
en sociedades patriarcales y androcentristas.
Los sujetos con los que el individuo se relaciona, las instituciones
familiares, educativas, religiosas y los medios de comunicación social
constituyen agentes de socialización, a través de los cuales se aprenden
las normas de conducta y los valores legitimados socialmente. Desde las
dimensiones de relaciones de poder, identidad, roles y estereotipos de
género se ha abordado esta categoría.
Relaciones de poder
Amigot y Pujal (2009) definen el género como un dispositivo específico
de poder, a partir de la heterogeneidad de situaciones y procesos de domi-
nación de las mujeres, a nivel micro y macrosocial; teniendo en cuenta que
tanto las identidades de mujeres y hombres, así como sus relaciones están
producidas y reguladas sociohistóricamente. Los dispositivos de poder
actúan en interacción simultánea con otros sistemas de desigualdades e
imponen diferentes medios de sujeción a la mujer, definidos por su clase,
etnia, sexualidad, edad, nacionalidad, raza y orientación sexual, entre otras.
Se refleja así la intersección de múltiples vías de subordinación donde se
conforman identidades híbridas.
El género y el poder constituyen categorías estrechamente rela-
cionadas, en tanto establecen relaciones sociales jerárquicas de acuerdo
con la pertenencia a un sexo determinado. Asimismo, el poder legitima
procesos de inclusión/exclusión en campos como el histórico, político,
económico, profesional, laboral y cultural, diferenciados por sexos.
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Las relaciones de género son relaciones de poder que producen y
regulan las prácticas cotidianas mediante imperativos culturales determi-
nados contextualmente, fértiles en procesos de disciplina, normalización
y control, mismos que configuran el cuerpo femenino.
Identidad de género
El género es uno de los conjuntos desde los que también se produce la
integración humana como identidad colectiva. Se enmarca en el proceso
de construcción de la identidad al constituir una representación del yo
social y de una colectividad de iguales en relación con otras colectividades
dentro de una estructura social. Constituye un proceso social en continua
relación entre los sujetos, quienes, a pesar de formar un colectivo identi-
tario, mantienen diferencias en su interior (Muñoz y Afonso, 2005). Sin
embargo, históricamente, la colectividad se ha definido desde la cultura
patriarcal como una identidad femenina subordinada. Su relación con
las construcciones culturalmente asignadas ha conllevado a una repre-
sentación de lo masculino y lo femenino de manera dicotómica, desde
modelos binarios, justificativos de la mismidad excluyente.
Los modelos de identidad tradicionales de mujeres y hombres,
establecidos como efecto del patriarcado y sistematizados por dictámenes
sociales sexistas y binarios, se representan como un todo homogéneo desde
visiones esencialistas. Sin embargo, son construcciones socio-históricas
en constante transformación, dinamismo y vínculo con otras categorías
sociales identitarias —raza, nacionalidad, clase social, orientación se-
xual—. “Las identidades de género son identidades colectivas asociadas
a la identidad psicológica y sexual, con una fuerte determinación cultural”
(Calcerrada y Rojas, 2015, p. 273) ligada a la legitimación de la identidad
subordinada femenina como coinciden Muñoz y Afonso (2005, p. 42)
al referir que:
La identidad de género […] se fundamenta en la existencia
de dos mundos que nacieron marcados por la diferencia biológica de
los sexos, y además se constituyeron sobre la base de una cultura que
legitimó lo masculino como lo dominante e invisibilizó a la mujer.
Calcerrada (2016) asume la identidad de género como una ex-
presión de la identidad cultural plural y multidimensional. La relación
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entre subjetividad, identidad y condición histórica del sujeto sustenta la
identidad de género cuya construcción es el resultado de la interacción
con su entorno y su accionar sobre sí misma. Las identidades masculinas
y femeninas son una construcción social, cultural e histórica basada en
las diferencias sexuales.
Roles de género
Los roles de género se instituyen como el conjunto de normas, prescrip-
ciones, comportamientos, actitudes, obligaciones y privilegios que una
sociedad asigna a cada sexo y espera de él. La asignación y asimilación
de éstos se socializan y legitiman en instituciones familiares, educativas
y mediáticas en las que se ve expuesto el individuo, a partir de lo consen-
sualmente pautado y subjetivamente internalizado.
Talcott Parsons (1998) investigó sobre las funciones socializadoras
familiares, estableciendo funciones para padres y madres, basadas en una
división sexual del trabajo, donde los papeles de género tenían un funda-
mento biológico. Según su teoría, las instituciones del matrimonio y la
familia funcionaban a través de vínculos económicos-afectivos dentro de
la pareja, en donde la capacidad del hombre para el trabajo instrumental
—público, productivo o gerencial— se complementaba con la habilidad
de la mujer para manejar aspectos expresivos y emocionales de la vida
familiar y la crianza de los hijos.
Más allá de las tareas o actividades laborales, se han represen-
tado las esferas/espacios en que quedarían circunscritas dichas tareas, y
el campo de acción de hombres y mujeres como el eje público/privado
del feminismo liberal o el de producción/reproducción en el marxismo-
feminismo.
La división sexual del trabajo significó desigual distribución
de los espacios sociales y de las actividades realizadas por los sexos, así
como la feminización y masculinización de actividades y territorios
de interacción social. De ella se derivó una estructura de las relaciones
genéricas sustentada en la jerarquización de roles y estatus que ubicó
a la mujer en una situación de inferiorización en la vida familiar y
pública (Fleitas, 2005, p. 31).
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La predeterminación en la asignación de roles de género (produc-
tivo/reproductivo/comunitario) y espacios (público/privado) evidencia
sesgos androcentristas y patriarcales.
Estereotipos de género
Los estereotipos son una forma de categorización, creencias y juicios de
valor compartidos por un grupo que define características de otro. Suelen
simplificar la información sobre el mundo, lo que facilita el desempeño
social, aunque son limitadores sociales.
El estudio de los estereotipos de género desde historiadores,
académicas feministas, antropólogos, filósofos y científicos sociales ha
conducido al análisis de cómo se han moldeado las experiencias de las
mujeres con relación al hombre y el establecimiento de jerarquías sexua-
les y distribuciones desiguales del poder. “Los estereotipos de género se
manifiestan en las creencias populares sobre las actividades, roles, rasgos,
características o atributos que distinguen y describen a hombres y a mu-
jeres, de modo que construyen las imágenes culturales reconocidas en los
sexos” (Inmujeres, 2007, p. 62).
Representan creencias culturalmente enraizadas, determinantes
en los modos de percibir lo femenino y masculino, instaurando en los
individuos desde la niñez como rasgos personológicos, cualidades físicas
y roles que distinguen ambos géneros.
Consumo mediático
Canclini define el consumo como un proceso cultural alrededor del cual
se construyen relaciones, sentidos y significados sociales,conjunto de
procesos de apropiación y usos de productos en los que el valor simbólico
prevalece sobre los valores de uso y de cambio, o donde al menos estos
últimos se configuran subordinados a la dimensión simbólica (Canclini,
1999, p. 42).
Martín Barbero (1987) coincide con esta concepción del consumo,
al incluir sus diferentes modos de apropiación cultural y usos sociales
comunicativos en tanto espacios clave de socialización, producción de
sentido, constitución de identidades y conformación de comunidades.
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Canclini delimita dos tipos de consumo: el cultural urbano
(público) y la recepción de entretenimientos electrónicos en el hogar
—privado—. Dentro de esta última categoría se incluyen los medios de
comunicación masiva, los cuales están condicionados por un valor eco-
nómico mercantil, pero a la vez resaltan sus méritos simbólicos.
Los medios de comunicación no son un puro fenómeno co-
mercial, no son un puro fenómeno de manipulación ideológica, son
un fenómeno antropológico, son un fenómeno cultural a través del
cual la gente, mucha gente, cada vez más gente, vive la constitución
del sentido de su vida (Martín Barbero, 1995, p. 183).
El consumo mediático se define como el conjunto de procesos
socioculturales de apropiación y usos de productos en los que el valor
simbólico prevalece sobre los valores de uso y de cambio, o donde al me-
nos estos últimos se configuran subordinados a la dimensión simbólica,
tales como las industrias culturales que comunican masivamente a las
audiencias: prensa, radio, televisión, cine e Internet.
El fenómeno de las series, abordado desde la categoría de estudios
críticos con orientación teórica, consideran inadecuado trasladar las ca-
tegorías analíticas aplicadas al cine y a la televisión, pues en el panorama
audiovisual emergen recursos expresivos específicos de la ficción televisiva
como la serialidad, la renuncia a la clausura narrativa, los aplazamien-
tos temporales, la dispersión y las fracturas del relato, la exploración de
personajes en largos arcos de tiempo, las estrategias de redundancia, con-
tinuidad y fidelidad. La serialidad televisiva utiliza estructuras dramáticas
y narrativas específicas, al segmentar el relato en capítulos, episodios y
temporadas, por lo que ha construido nuevas experiencias de consumo
mediático. La telenovela se ubica en la categoría de serie con continuidad.
Se articula en un número variable de segmentos, denominados capítulos,
sin clausura, narrativamente no autosuficientes con un modelo cerrado
de progresión. En el contexto de la serialidad, cada uno de ellos ocupa
un lugar preciso en la concatenación con los precedentes y los sucesivos;
sólo pueden ser consumidos en un orden determinado (Greco, 2019).
La telenovela es un género seriado de ficción que forma parte de
la dinámica cultural social y se inserta dentro de un entramado de (re)
producción, consumo, recepción y socialización dentro de las industrias
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culturales. Muestra una serie de relatos cuya base es el melodrama e instala
una nueva estética basada en imaginarios populares que forman parte de
la cultura popular y de masas (Carvajal y Molina, 1999).
Nexos indisolubles
Tanto la infancia como el género constituyen construcciones sociales,
lo cual denota procesos socioculturales en la constitución de sentidos
y significados, a raíz de las interacciones sociales con múltiples institu-
ciones/agentes. Es en este grupo etario donde se construye la identidad
de género que, si bien es dinámica y modificable, una vez que se arraiga,
resulta difícil transformar.
A finales del segundo milenio, a los elementos socializadores
más tradicionales de las representaciones simbólicas: familia, religión
y escuela, se sumaron, en una dimensión aún desconocida, los medios
de comunicación de masas. Son los relatos mediáticos, importantes
conformadores de los mitos de nuestros días (Moya, 2010, p. 10).
Son una representación social de la realidad, reorganizadores de la
vida cultural, reproductores del pensamiento dominante, constructores del
universo simbólico. Desde sus imágenes, lenguajes y códigos se proyectan
patrones culturales hegemónicos.
Martín Barbero (1995) considera a estos medios como espacios
clave de socialización, de constitución de identidades y conformación de
comunidades. Juegan un papel fundamental en la construcción y refor-
zamiento de construcciones sociales de género y en la conformación de
lo femenino y lo masculino como tecnología de género (López, 2005),
sobre todo durante la infancia, donde se dedica gran parte del tiempo
libre al consumo mediático.
Los infantes son sujetos sociales capaces de construir sentidos y
significados a partir de sus relaciones sociales. Además de la familia y
la escuela, los medios devienen importantes agentes de socialización en
sus vidas cotidianas.
El gran poder de representación que tienen los medios de
comunicación afecta a la forma en que las niñas y niños perciben la
realidad social y su propia vida. La construcción de la feminidad y
la masculinidad se realiza, además de en función de la experiencia
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personal, de los modelos familiares y educativos de identificación, a
través de las representaciones que elaboran los medios de comunicación
(López, 2005, p. 8).
Rutas metodológicas
La muestra seleccionada incluye 42 participantes en edades comprendidas
entre 9 y 12 años, que se encuentran cursando los grados de cuarto, quinto
y sexto en la escuela primaria Francisco Vales, ubicada en Mayajigua, Ya-
guajay, Sancti Spíritus. Estas edades corresponden a la etapa denominada
como segunda infancia, periodo en el que niños y niñas aprenden las
diferencias de género establecidas en su entorno y empiezan a elaborar
juicios sobre su conducta y la de los demás. Se le aplicó una encuesta
al total de la muestra para identificar hábitos de consumo mediático y
patrones comunes, y describir sus elementos característicos —impresos,
radiales, televisivos, digitales, videojuegos—. También se realizó un gru-
po de discusión con una muestra de 12 estudiantes, con el objetivo de
profundizar en la caracterización de sus consumos mediáticos (imágenes
1 y 2). El grupo de discusión realizado, escogidos con equilibrio etario y
de género, permitió corroborar y especificar en sus consumos mediáticos
de manera más profunda y detallada, pues se intensificó el debate sobre
los contenidos de los productos comunicativos consumidos en cuestiones
relacionadas con el tema que aborda, personajes que intervienen, roles
asumidos y las razones por las cuales los consumen (gráfico 1).
Dichos instrumentos arrojaron que la telenovela El otro lado
del paraíso (2017-2018) era uno de los productos comunicativos más
consumidos, por lo que se hizo un análisis de contenido cualitativo con
perspectiva de género. Dicho análisis permitió develar las inequidades
en la representación de personajes masculinos y femeninos en cuanto a
las dimensiones de roles, estereotipos, identidades de género y relaciones
de poder. Esta investigación es de tipo empírico/descriptivo-analítica y
se aborda desde una metodología cualitativa.